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Año nuevo


Esta noche se acaba el año, y comienza uno nuevo. En esta noche de tránsito hay que estar preparado para las contingencias que puedan sobrevenir. Yo ya me estoy preparando. Y he tomado mis precauciones. Son las mismas que tomo cada año desde que Azorín, en sus “Confesiones de un pequeño filósofo” me dio la pista.
Esta noche del 31 de diciembre hay que estar alerta. Es un momento sublime y trascendente. Los sonidos metálicos de las lejanas campanas anuncian el inminente desenlace. Hay muchas personas que no advierten la delicada situación temporal a la que estamos sujetos mientras tañen inexorables y remotas las doce campanadas que anuncian el final del año.
Yo, como decía más arriba, ya me estoy preparando. Son muy pocos los que sabemos que entre las doce y la una del año siguiente existe una hora que no figura en ningún reloj, ni calendario ni almanaque. Es una hora mágica. Una hora atemporal, ingrávida, ultraterrena, sideral y armoniosa. Yo transito por este tiempo que todos los años nos regala la sutil imaginación, de zapatillas. Sin tribulaciones mundanas. Con el ánimo receptivo de quien asiste a un fasto ritual. Yo saludo con satisfacción a las focas que en medio del aire polar tocan el violín, y sonrío a los felices payasos que cantan y hacen cabriolas bajo su carpa circense. Y saludo a los niños y niñas que, tocados de coronas de flores rojas y azules, y verdes y violeta, agitan los bracitos a su paso. Es un tiempo para soñar. Y yo sueño poquito a poco mientras asisto a estos sorprendentes eventos anuales. Los deseos y las preocupaciones pasadas se hacen realidad. Y yo, desde mi sitio, miro el cielo. Es un cielo liviano, celeste, claro, diáfano, y a través de las inexistentes nubes miro el resplandor dorado de la música que los picudos pajarillos acarician con sus alas voladoras.
Yo, siempre me pasa lo mismo, quiero hablar y no puedo. Sólo puedo pensar y ver. Y callar. Y soñar. Sobre todo puedo soñar. Y por eso, año tras año, salgo lleno de vitalidad de este viaje por estos parajes idílicos.
Y me vengo lleno de deseos para mi mundo material. Unos, ya lo sé, se cumplirán, otros, no. Y es la vida. Y el próximo año volveré. Y viviré el paso de año como todos los años. En silencio. Con la mente feliz y la sonrisa en la boca. Y con la firme decisión de que estos momentos recónditos no me abandonen. Y que traigan la paz y la felicidad a todos los que me rodean y a todos los que lean estas letras soñadoras.

¡Feliz Navidad!


Llega la Navidad. Son días y momentos especiales. Toda la gente se prepara para vivirla. Es como un tránsito, como un rito de pasaje anual. Son tradiciones que acometemos con un añadido de cuidado en ser felices; felicidad que deseamos hacer extensiva también a los que nos rodean. Son fechas también de deseos. Que haya paz en el mundo. Que la justicia reine por doquier. Que los problemas tengan pronta solución… Y mientras llegan estos días os voy a contar cómo se me presentan las fiestas.

Para mí, el período vacacional comienza el día 22 de diciembre. Aunque este día aún haya clases, la musiquilla y la imagen de los niños y niñas de San Ildefonso son ya pura Navidad. Como todos los años, no nos tocará la lotería, pero a media tarde se acaban las clases. Ya no volvemos hasta el día siete.
El día 23 de diciembre nos vamos de compras mi hija y yo. Mi mujer este día aún tiene clase. Tenemos que comprar bastantes cosas de comida porque el día de nochebuena cenamos en nuestra casa, y tenemos invitados. Mis suegros, mis cuñados y mi sobrino. Y por supuesto, “Lluna”, la perrita. El día de Navidad nos invitan mis suegros a comer a un restaurante. Pero antes habremos ido a casa de mi madre y ella, como todos los años, nos dará un sobre con algunos eurillos de regalo.
Al día siguiente, y esto ya es tradición en mi familia, nos vamos a Andorra. Allí estaremos hasta el día 29.
Después ya hay que preparar la nochevieja. Ya hace unos tres o cuatro años que celebramos el paso de año en nuestra casa. Mi mujer, mi hija y yo. Y este año, tenemos una más en la familia, “Lluna”, la perrita de mi hija. Para esta noche lo que hacemos es ir al Corte Inglés y comprar comida preparada y así se evita mi mujer (yo soy un negado para la cocina) la cena, que esta noche es especial, claro. Y luego, después del ritual de las doce campanadas, y de las risas (nunca consigo mantener seria la compostura en estas doce mágicas campanadas) pasaremos a repartir los regalos. Son unos regalos que nos hacemos entre nosotros. Regalos de poca monta, pero muy entrañables. Y ya luego, entre la tele y la cháchara hasta que nos entre sueño.
El día uno de enero es preceptivo el concierto de año nuevo. No me lo pierdo nunca. Si no puedo verlo en directo, porque nos levantamos tarde y hay que fregar y arreglar la casa, me lo grabo.
Después siguen las vacaciones hasta el día seis, que como ya somos mayores, no hay juguetes ni regalos. Lo que hacemos es ir a por mi madre y la llevamos a comer a un restaurante. Y después de esta comida, se puede dar por finalizadas las vacaciones, pues hay que preparar las cosas para el día siguiente estar a las ocho y media dando clase.

Aprovecho este espacio para desearos de todo corazón unas felices fiestas y un feliz año nuevo a todos y todas que tenéis la bondad de pasaros por aquí.

Diciembre de 1968


La tarde era fría. El sol se había ido apresuradamente dejando en penumbra las calles. Nosotros tres, mis primos Juan, Toni y yo, hacía poco más de media hora que habíamos salido de la escuela. Y ahora, con la merienda en la mano íbamos, como hacíamos casi todas las tardes de este mes de diciembre, camino de la tienda de juguetes de nuestro barrio. La tienda de juguetes era una casa luminosa, que destacaba poderosamente en la oscuridad vespertina. Tenía la juguetería un esplendoroso escaparate lleno a rebosar de juguetes. Nos encantaba pasar largos ratos frente a aquel sugestivo escaparate sin hacer nada más que mirar, mirar y soñar con los maravillosos juguetes que allí había ordenadamente expuestos. Aquel mes de diciembre, con diez años cumplidos, ya éramos lo suficientemente mayores para elegir nuestros regalos de reyes. Y a esta tarea nos aplicábamos con verdadero anhelo. Lo malo era que nuestros padres siempre andaban con el cuento del condenado dinero. A mí en aquellos años me hubiera gustado ser rico. Si yo hubiera sido rico entonces, estoy seguro de lo que habría hecho. Aquel robot de plástico de color rojo que funcionaba por control remoto y que valía la friolera de ochocientas treinta y cinco pesetas, habría sido mío. Y también me habría comprado aquel tren eléctrico que no paraba de dar vueltas y más vueltas, y que iba a perderse de vez en cuando en el interior de un túnel que atravesaba una escarpada montaña con el pico manchado de nieve, y que valía mil quinientas pesetas. O el proyector de cine que había en un rincón cuyo precio no alcanzábamos a ver…
Estas cosas os aseguro que las pensaba mientras, con la nariz pegada al gélido vidrio del escaparate empañado con el vaho de nuestro desorbitado aliento, mi fantasía y la de mis primos volaba sin límites pecuniarios. A veces jugábamos al párvulo juego de pedirnos juguetes. Juguetes que hubiera allí expuestos, claro. Y lo teníamos que hacer por riguroso orden. Primero uno, luego otro y luego otro. No eran pocas las ocasiones en que te pillaban un juguete que te habías pensado y ahora, en sueños, dejaba de ser tuyo.
Soñábamos en voz alta, con aspavientos, sin medida, sin recato. Con la dulce ingenuidad de un chiquillo. Y en medio de la noche fría y húmeda contábamos los días que faltaban para el día seis de enero.

Sorolla. Visión de España

Hoy hemos ido a Valencia a ver la exposición de Sorolla “Visión de España” en el Centro Cultural Bancaja. Se trata de una exposición itinerante de catorce murales que estará en la ciudad del Turia hasta el próximo 10 de enero. La entrada es gratuita. Lo que pasa es que se tiene que pedir hora con antelación. La verdad es que vale la pena acercarse a ver la exposición.
A mí es que Sorolla es un pintor que me entusiasma. Sea porque es valenciano y él junto a Blasco Ibáñez ha representado la valencianidad como nadie, sea porque sus colores en los lienzos son sublimes, o porque simplemente me gusta, pero lo cierto es que quiero compartir con vosotros y vosotras algunas muestras del arte de este genial pintor nacido en Valencia el 28 de febrero de 1863.


Aquí tenéis una muestra de los cuadros que se pueden ver en la exposición:


"Valencia: Las grupas"
El pintor, que no comulgaba con el pesimismo noventayochista, en muchas ocasiones apuesta por la alegría, el color... la valencianidad de su tierra
"Sevilla: Los nazarenos"

Sorolla pintaba rápido: esta escena de los nazarenos en Semana Sanata la hizo en 31 días




"Guipúzcoa: Los bolos"

En el proyecto, la parte de la provincia de Guipúzcoa, re`presentada por el juego de los bolos, incluía también una carreta tirada por bueyes que al final el pintor descartó.



"Navarra: El Concejo del Roncal"

El rápido y meticuloso pincel del llamado maestro del color supo plasmar la sobriedad de un pacto por la paz lejano en el tiempo





"Galicia: La romería"

Una vez más, el maestro pintó con los ojos y en cada aspecto de sus colores estaba insertada el alma del paisaje y la gente






"Extremadura: El mercado"

Sorolla se desplazó hasta Plasencia para observar in situ a las gentes de Montehermoso que, ataviadas con trajes tradicionales, bajaban al mercado los martes.





"Cataluña: El pescado" (fragmento)

Sorolla se recrea en Cataluña en lo clásico y en lo mediterráneo





"Aragón: La jota"

En ningún momento hay que considerar a Sorolla un pintor estático, "porque siempre que mira, mira con ojos de artista", con los ojos en movimiento.

















Médium



“El poeta es el médium de la naturaleza, que explica su grandeza por medio de palabras"

Federico García Lorca

La naturaleza, como el ser humano, tiene alma. Un alma que vive recluida en un mundo inmaterial donde habitan seres informes, emociones volanderas y pasiones irrefrenables.
No es fácil llegar a este mundo. Las puertas que dan acceso a él son tan firmes y pesadas que no pueden abrirse si no es con el concurso de una llave sideral. Una llave cósmica (algunos se atreven a decir que es una llave mágica) que tienen en su poder muy contadas personas. Son los poetas. Ellos y ellas son, como decía el inmortal Lorca, los médiums que hacen de puente entre este quimérico cosmos y nuestro mundo material.
Yo admiro y respeto sobremanera a los poetas. Son seres altruistas que nos prestan su don al resto de los humanos. Y nos regalan a manos llenas generosas raciones de lirismo que uno, no siendo poeta, por más que lo intentara, sería incapaz de alcanzarlas. Y nos ponen en contacto con ese mundo paralelo al que antes aludía.
A mí me gusta jugar a ser poeta. Mi juego consiste en tratar de adivinar qué hay en cada recuerdo, en cada olor, en cada canción, en cada flor, en cada pajarillo que vuela libre hasta el cielo. Y mis pensamientos se descontrolan. Un sopor indeterminado me invade y mi mente tiende a quedarse vacía de forma. Y mis palabras se vuelven torpes. Y mis frases no dicen lo que yo quiero decir. Y yo sigo soñando, pero mi sueño es vano. Nadie sabrá de mis ensoñaciones porque mis palabras son incapaces de describirlas. Y yo quiero gritar mis palabras. Pero grito muy fuerte en silencio. Y mi voz no es oída por nadie. Tal vez alguna lágrima de emoción o impotencia haya hecho evidente mi torpeza, pero esto no impide que mis oníricas razones sean ciertas. Y que habiten en mi interior. Y que convivan conmigo. Y que me hagan ser feliz.




Abrir puertas, cerrar puertas.


Hace unos días venía yo del instituto y acababa de aparcar el coche en mi garaje. Al subir las escaleras que conducen a la puerta de salida a la calle, me encontré con un señor mayor que con paso cansino iba subiendo las escaleras. Yo, mucho más ágil que él por razón de edad, le alcancé y le dije que yo le abriría la puerta. El se me quedó mirando con parsimonia y se apartó para dejarme pasar. Y cuando estaba a su altura me dijo: “abra usted la puerta que yo la cerraré”. Yo le dije que sí, que me parecía bien. Y no le di más importancia a lo que me acababa decir aquel hombre octogenario. Y mientras yo abría la puerta y la luz del sol inundaba la escalera del garaje, aquel anciano me espetó esta lapidaria sentencia: “Lo que estamos haciendo tiene una gran simbología. Usted, que aún es joven, todavía está en la edad de abrir puertas. Yo, que ya soy viejo, he abierto muchas puertas a lo largo de mi vida, y ahora es más propio de mi edad, ir cerrando puertas.”
Sonreí, y le dije que no. Que él aún tenía muchas puertas que abrir. Y sin mediar respuesta dejé a aquel viejo cerrando afanosamente la puerta del garaje.
Y me fui pensando que aquel viejo me había abierto la puerta de mis pensamientos. Era cierto aquello que dijo. Los jóvenes tienen ansias por emprender y comenzar proyectos de vida. Y en la senectud de la vida las cosas se ven de modo distinto. Es como un colofón, donde las personas se aplican en dejar todo sellado y a buen recaudo.

Hora de la siesta


Son las tres y media de la tarde de un sábado del mes de noviembre. El sol penetra en mi habitación por las rendijas de la persiana dibujando sobre la cama unas apacibles líneas horizontales que proporcionan una calidez agradable a la estancia. Es la hora de la siesta.
Me acuesto y abro un libro. Leo tranquilamente unas páginas y poco a poco me invade un pegajoso sopor que hace que las letras se conviertan en grafías pesadas y sin significado.
Casi sin querer cierro los ojos. Ahora puedo ver las miles de fragancias que hay disueltas en mi pensamiento. Quiero cogerlas y se me escapan entre los dedos. Intento abrir los ojos, pero me vence la desidia. Cierro levemente los ojos y penetro por las intrincadas galerías de mi mente. Me siento en una orilla de mi alma y juego a construir recuerdos del futuro. Nada es más suave y relajante que oír en silencio los olores de color anaranjado que emiten mis vivencias dormidas en un rincón de mi corazón. El mundo se vuelve del revés. Todo es posible en estos instantes previos al sueño. Nada es real. Las personas que pueblan este universo onírico son de papel, de celofán, de caramelo de fresa. Se retuercen las nubes en el firmamento y montones de estrellas luminosas van cayendo sobre el mar balanceándose suavemente en el aire azul.
Abro los ojos con desgana y me golpea la realidad. El libro que estaba leyendo se me ha caído de las manos y descansa sobre mi pecho. Con placer infinito cierro nuevamente los ojos y me vuelvo a sumergir en los mundos de Morfeo. La paz me abraza con sus dedos oscuros e informes. Los pensamientos vuelan sin control hacia mi perezosa mente. No soy dueño de ellos. Estoy felizmente atrapado por un torbellino de sutilezas que enturbian y confunden mi razón. Yo no soy yo. Los sueños se están apoderando de mí voluntad hasta hacerla desaparecer. Y yo, dulcemente, me dejo apresar por ellos. Voy a dormirme.

Salud, dinero y amor


Hay una canción que fue éxito a mediados de los años sesenta del pasado siglo, que en la voz de Cristina, vocalista del conjunto “Cristina y los STOP” cantaba aquello de “tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios…” Salud, dinero y amor. Una trilogía ciertamente infalible. No sé si hace falta algo más para ser feliz. Pero me gustaría saber cuántas personas hay en el mundo que puedan asegurar que son ricas en estas tres cosas a la vez: en amor, en dinero y en salud.
Parece ser que las personas estamos condenadas a la infelicidad. Siempre hay algo que nos falta. Al que es rico, le falta la salud, o el amor. El que es pobre, puede tener amor y salud, pero no puede pagar la hipoteca. Y el enamorado, que ve todo el mundo de color de rosa, se queja amargamente de no tener un buen trabajo para construir su nidito de amor, a parte de estos achaques que perturban su salud. En fin, que hay múltiples combinaciones, en las que siempre la falta de uno, o dos, (o tres) de estas tres premisas, impiden la felicidad.
Pero yo pregunto. ¿Es imprescindible tener salud, dinero y amor, a la vez para ser feliz? ¿Se puede ser feliz sólo con uno de estos condicionamientos, o con dos? ¿o con ninguno? En cualquier caso, me permito apurar la cuestión a una premisa. No se pueden tener las tres a la vez. Bien; dado este supuesto, me aventuro a apuntar prioridades. ¿Cuál es la principal condición para ser feliz? ¿El dinero, el amor, o la salud?
Mi opinión es que la primera sería el amor. Sin amor no se puede vivir. La persona está diseñada para amar y ser amado. Si una persona no tiene problemas de dinero ni de salud, pero ni ama ni es amada, creo que difícilmente será feliz. En cambio, cuando hay amor correspondido en la vida de una persona, todos los demás problemas (de salud o de dinero) constituyen un reto por el que luchar que con el apoyo incondicional de la persona amada se llevará a cabo con más o menos éxito.
De todas maneras, este tema es amplio y caben todas las opiniones. Y me gustaría saber la tuya. ¿Cuál de las tres es la más importante para ti para ser feliz?

"Lluna"

"Lluna"


El jueves le dieron una cachorrita de perra a mi hija Marta. Le ha puesto de nombre “Lluna”. Lluna es una cosita pequeñita. Un ovillo de brunos pelos algodonados que me recuerdan a Platero. Aquel burrito que no tenía huesos, que estaba hecho de algodón. Así es Lluna. Suave como una caricia. Mullida como una esponja. Blanda, tierna, sedosa…
Yo la cojo con delicadeza y la llevo en brazos. Su pequeño cuerpecillo se acomoda entre mis manos y se acurruca ufana entre ellos. Enseguida cierra sus ojos de azabache y duerme plácidamente. Yo la miro complacido. Y, en silencio, observo su acompasada respiración. Sus orejitas, de una tonalidad ocre, se han relajado y resbalan sobre su pequeña cabeza. Un súbito ruido incomoda el apacible sueño de la perrita. Las orejas alerta y los ojos semiabiertos dan cuenta de la incidencia. Pero pronto todo se vuelve paz y calma. Pienso que estaría mejor en su camita, arropada con una vellosa mantita y un esponjoso peluche. Y allí la coloco. Lluna se revuelca perezosa entre mis dedos y se acurruca en su resguardado cobijo.
Mi hija Marta con "Lluna"

La dejo durmiendo. En su hocico destaca su negra naricita, reluciente, húmeda. La boca, cerrada, esconde unos incipientes e inofensivos dientecillos de afiladas puntas.
Mientras está durmiendo me voy y la dejo sola. Al cabo de un rato la oigo lloriquear. Ya se ha despertado. Moviendo la cola se acerca jugueteando hasta mí con un alegre trotecillo, y yo la acaricio. Su pelo es terso y su piel cálida. Juego un poco con ella. Me muerde dulcemente mi zapato. Intenta arrancarme los cordones. Pero no tiene fuerza para ello. La boca abierta alegremente, parece reírse de pura felicidad. Yo la dejo hacer. Sus patitas, de un blanco aterciopelado, patean al aire dibujando graciosas cabriolas. De pronto se queda sentadita. Y se me queda mirando. Parece querer decirme algo, pero no sabe hablar. Pero yo la entiendo. Me ha dicho que quiere ser mi amiga. Y yo lo acepto y le digo que sí.

Examen de Geografía


Reina el silencio en la clase. Son las ocho y media de la mañana. Hay examen de Geografía. Echo una mirada rutinaria sobre la clase. Veo un mar de cabezas gachas absortas en la hoja de papel donde están impresas las preguntas. Empieza a amanecer. Me levanto lentamente y me asomo a una ventana. A lo lejos se adivina el mar resplandeciente. Un alumno levanta el brazo. Me acerco hasta él y le aclaro una duda. Luego, otra vez silencio. Sólo el rápido fluir de los bolígrafos sobre el papel rasgan levemente el silente devenir de la clase. Vuelvo a mirar por la ventana. Las nubes rojas, alargadas y frías, manchan tenuamente el horizonte azul. Una alumna se muerde la lengua de pura fruición mientras escribe. Otro se rasca la cabeza, y otro mira al techo pensativo. Una alumna se me acerca con el examen en la mano hasta mi mesa. No entiende cómo se debe contestar la pregunta de señalar en el mapa. Se lo explico y se vuelve rauda hacia su sitio. El sol está cobrando fuerza. Las nubes se han tornado blanquecinas, vaporosas y ralas. En el mar se dibuja un barco mercante. Lo sigo con la mirada durante unos minutos. ¿Dónde irá camino del norte? Hay un alumno que está visiblemente inquieto. Me acerco hasta él. Y es que hay una pregunta que se la sabe… pero no se acuerda. Le tranquilizo y sigo paseando entre los silenciosos alumnos y alumnas que continúan aplicados en sus respectivos exámenes. El tiempo pasa espeso y cadencioso. Ahora el sol brilla en todo su esplendor. El barco ya no está. En los árboles hay unos pajarillos que saludan con su trino a la mañana. Me siento a mi mesa y observo las evoluciones de mis pupilos. Veo que algunos ya no escriben. Han terminado el examen. Otros, en cambio, escriben vertiginosamente apurando los minutos. Son minutos que pasan entre un mutismo tenso, emocionante, casi eléctrico. Me miro el reloj y anuncio que quedan cinco minutos para recoger el examen. Un anónimo susurro nervioso se escapa entre el alumnado. El mundo parece ajeno a nosotros. Ya el día refulge en todo su esplendor. En la clase de al lado se oye la imperiosa, pero apagada voz del profesor de matemáticas. Ha llegado la hora. Recojo los exámenes y, en medio de cierto alboroto, algunos se lanzan a sacar el libro de Geografía para comprobar sus respuestas. Hay gritos de júbilo y otros de decepción. Yo, con el montón de exámenes en mi mano, salgo de la clase en busca de la siguiente clase. El examen ha terminado.

"Estoy preocupado..."


“Estoy preocupado”, me decía el otro día un amigo mío, “…últimamente todo me sale bien.” Tras esta paradójica sentencia, pasó a explicarme el motivo de su congoja. Más o menos venía a decirme que él estaba convencido de que el azar, o el destino, era una fuerza igualitaria que tiende a equiparar a las personas, asignando a cada una de ellas las mismas dosis de bondades y maldades, (algo así como aquello de la filosofía oriental del Yin Yang) y que éstas se distribuían en cada persona de forma desigual, pero que, siendo este devenir algo tan equitativo, al final siempre se compensaban las dos fuerzas antagónicas, el bien y el mal. Con lo cual, después de una mala racha, ineludiblemente vendrá otra, pero esta vez buena, para compensar. En otras palabras, que no todo te puede salir mal, y al revés. Que después de la tempestad viene la calma, y al revés. De ahí la ansiedad de mi amigo que veía que estaba pasando una época de bienandanzas y temía el fin del ciclo y el comienzo del otro.
Yo no supe qué contestarle. Estoy convencido de que todo tiene su fin. En este mundo material no hay nada tan longevo que pueda adquirir la categoría de sempiterno. Todo es caduco y mutable. Por eso pienso que tal como dice el refrán “no hay mal que cien años dure”. Pero estoy tentado de pensar que también al revés. No sé, tengo una gran duda que no sé si alguien podrá hacerme salir de ella.
¿Es el destino tan democrático (como aseguraba Jorge Manrique en sus “Coplas”) que a todos iguala? O, como apuntaban los clásicos, es algo caprichoso, antojadizo y cruel, algo que está incluso por encima de la voluntad divina. No lo sé.

Poesía desde Benicàssim (II)




En junio traje a este blog a mi querida compañera Jacinta Negueruela. Allí os hablaba de su profunda sensibilidad hacia el arte en todas sus dimensiones. Pero hoy quiero recalcar que ella no sólo es que ama el arte, sino que ella es una artista, porque ella es una creadora. Es una poeta. Una poeta como la copa de un pino. Jacinta ama tanto a la poesía que un día, ya hace tiempo de esto, desde su alma empezaron a brotar versos. Y ella empezó a escribirlos, y a componer poemas. Y un día me dijo que ella a parte de su faceta de profesora de instituto tenía otra vida, “una vida subterránea”. Yo no sospeché que esta vida subterránea era la de literata. La de hacedora de poesía. Hasta que un día me dijo con voz queda y jubilosa que le habían publicado un libro de poemas…
Desde entonces ha publicado dos libros de poemas, a parte de otros tantos ensayos sobre arte. Y ahora sale a la luz su tercer poemario. Se trata de Cuerpos Varados. Editado como los otros dos por DEVENIR/POESIA. Madrid 2009.
Me gustaría que leyerais un par de poemas de este libro:


NOSTALGIA DESDE UN NORTE

¡Qué lejos mar!
La tarde se te asemeja,
te me acerca la humedad de la nube
y el verde de la vida que yo hago casi azul.
Hoy anduve el camino humilde
y no vi olas,
pero el árbol generoso,
y el mineral ingenuo,
disfrazaron de agua la nostalgia.

Jacinta Negueruela
Cuerpos Varados
Devenir/Poesía
Madrid 2009


CUANDO NO HAY MÁS QUE TIERRA

Respira en la quietud la caracola.
Así quisiera yo,
en el sosiego oscuro,
en la cueva anegada,
reunirme con la ola que socava, dichosa,
el fondo de los mares.
Viene y va la palabra,
el grito de la vida, el viento del pasado
como tu voz de dentro
y me suena a metal,
a como rasga el viento cuando no hay más que tierra,
tierra sólo,
y el mar,
que nunca se acaba.

Jacinta Negueruela
Cuerpos Varados
Devenir/Poesía
Madrid 2009

Este año, siguiendo la tradición de traernos poetas al instituto (por aquí han pasado grandísimos poetas: desde un premio Cervantes, Antonio Gamoneda, hasta el último Premio Nacional de Poesía, Juan Carlos Mestre) Jacinta y el Departamento de Lengua Castellana ya tienen preparado para el próximo 5 de marzo una conferencia a cargo de la poeta Olvido García Valdés.















Jacinta junto a Antonio Gamoneda.


Pero antes Jacinta presentará su flamante libro Cuerpos Varados. Será el próximo 20 de noviembre a las19’30 en Madrid. En el Círculo de Bellas Artes. Junto a ella estarán en la mesa de presentación Juan Pastor, Julia Barella y Javier Lostalé.
Si podéis ir, estáis invitados.

Magia


Yo no sé si las cosas ocurren porque una serie de causas desencadenan un determinado efecto o si es por puro azar… o magia. A veces me siento tentado de pensar en esto último, que la magia guía y domina nuestras vidas.
El raciocinio humano es muy dado a buscar las causas verdaderas que determinan todo tipo de hechos. Y es que el ser humano quiere tener todo controlado para influir en las causas últimas y así poder dominar en la medida de lo posible el devenir de los acontecimientos. Cada situación actual tiene, pues, a los ojos del ser humano, su explicación en una causa razonada. Y si no encuentra la causa, lo deja en un interrogante como una asignatura pendiente, que algún día se descubrirá. En estas empíricas bases se centra el conocimiento actual de las personas. Pero es sabido que no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que la magia lo dominaba todo, y la magia respondía a todas las preguntas que el ser humano se planteaba. Era el tiempo de los mitos, y los dioses; que manejaban nuestro mundo, los planetas y las estrellas a su antojo. La magia, en forma de superstición, invadía todas las facetas del devenir de aquellas gentes. Y los magos, pitonisas y chamanes resolvían mágicamente todos los problemas pasados, presentes y futuros que podían plantearse aquellas gentes.
Hoy aún quedan vestigios de aquellas prácticas chamánicas. Porque la magia es algo que envuelve al ser humano. Y éste, pese a su implacable tendencia al raciocinio, se resiste a prescindir de tan idílica compañera. Y por eso, como decía al principio, a veces me gusta pensar que estamos inmersos en un mundo donde el raciocinio es vano y la magia reina en todo su esplendor. Un mundo donde las leyes que sesudos científicos han demostrado con todo rigor se tambalean ante la fuerza invisible de la magia.
Quiero creer que aquella camisa que me puse el día que aprobé el examen fue la causa de mi éxito. Que aquel coche rojo que se cruzó en mi camino determinó que los resultados del análisis fueran satisfactorios…
…Es éste un camino poblado por hadas, gnomos, trasgos, duendecillos y entes misteriosos que aunque nadie los ha visto, porque no se dejan ver, existen. Y son ellos los encargados de disponer de nuestros éxitos o fracasos.
Y, en definitiva, son ellos quienes nos abren la puerta de esa dimensión ignota en la cual todo es posible. Un lugar donde no impera la razón, sino la magia.

Gratitud


Alcanzar la felicidad es el más firme y antiguo anhelo del ser humano. La mayoría de las veces la felicidad se nos muestra como un pájaro esquivo y engañoso. Los caminos que nos llevan hasta ella no siempre son claros y concisos, sino que, a menudo, son enrevesados y raros. Vivimos en una sociedad que no fomenta ni valora las virtudes clásicas de la especie humana. Y no las valora porque no son productivas. Pero os puedo asegurar que la felicidad se esconde detrás de cada una de las virtudes. La persona virtuosa es una persona feliz. Hay pues, que cultivar esas virtudes.

La gratitud es una virtud. Dice el refrán que “de bien nacido es el ser agradecido”. Y es verdad. Pero hay más, la persona agradecida es feliz.
¡Hay tantas cosas por las que estar agradecido! La preciosa canción “Gracias a la vida” de Violeta Parra encierra toda una filosofía sobre la felicidad basada en el agradecimiento. La autora de la canción da gracias a la vida porque le ha dado los ojos con que mirar, la risa con que reír, el llanto con que llorar… le ha dado todo…
Pero hay algunas actitudes humanas que pueden enmascarar y suprimir esta fuente de felicidad que es la persona agradecida. Me refiero a la ambición y a la soberbia. La persona ambiciosa no puede ser feliz. Porque no puede dar gracias por lo que tiene, pues siempre le parece insuficiente. Y la persona soberbia piensa que no debe dar las gracias a nadie ni a nada porque todo lo que ha conseguido ha sido fruto de su esfuerzo y trabajo.
En el lado opuesto está la persona agradecida. Aquella que piensa que el mundo está siempre a su favor, y pendiente de ella y le ofrece en bandeja la posibilidad de ser feliz. Aquella que nada ambiciona porque gracias a la vida tiene una casa y una familia y un trabajo y una salud que le permite vivir la vida cada día dentro de su ámbito.
Así pues, yo propongo desde aquí que hagamos un ejercicio de gratitud. Que hagamos recuento de las cosas que tenemos gracias a la vida, y de las personas que a lo largo de nuestra vida nos han ido dando cariño, amistad y amor. Si pensamos, veremos que sí tenemos motivos para estar agradecidos, y para ser felices.

El regreso


Estamos a mediados de septiembre. Son las primeras horas de la tarde. El cielo se ha vuelto plomizo. Un viento fresco y huidizo ha desgarrado las pugnaces nubes que tapan el sol. La gente camina presurosa por la calle. Un aire ceniciento desgreña los cabellos y eriza el vello. Los viandantes corren raudos en busca de refugio. Se avecina tormenta.
Yo, detrás de los cristales del balcón de mi apartamento, miro la mar. Olas ocres y crispadas revientan en furioso blanco inmaculado frente a la orilla desierta.
Todos los años, lo mismo. El verano, casi sin darnos cuenta, se va diluyendo poco a poco para dejar paso a la nueva estación.
Una tormenta como la que se esta fraguando hoy es la señal. Después ya nada será igual. El otoño, despacito y sin hacer demasiado ruido, se introducirá en nuestro paisaje.
Es un tiempo de cambio. Esta misma semana haremos las maletas y volveremos a Castellón. Ha sido un verano provechoso, luminoso y amable. Nuestro apartamento se quedará otra vez solo. Frío y gris. A la espera de las primeras acometidas del próximo verano.
En Castellón ya hay mucha gente. Prácticamente todos han regresado o se irán antes de que se acabe el mes de septiembre. Benicàssim, nuestro querido pueblo de veraneo, se está quedando vacío.
El ayuntamiento de Castellón, como todos los años, preparará sus festejos de vuelta a la ciudad. La ciudad recuperará la población que había salido en junio hacia la playa.
Es la costumbre en estas tierras levantinas. Castellón, con la llegada del verano, asiste al éxodo hacia la cercana costa playera; y ahora que estas voluptuosas nubes con su metálica textura amenazan con desplegar una tupida cortina de lluvia sobre la despoblada playa, uno piensa que ha llegado al final. El veraneo se ha acabado.
Y mientras escribo estas letras, unas rabiosas gotas de lluvia empiezan a caer atropelladamente sobre la playa…

Harley Davidson


Este fin de semana se ha celebrado en el Grao de Castellón y Benicàssim la XXI concentración internacional de motos Harley Davidson. Más de dos mil motos de dicha legendaria marca han inundado las calles de esta población costera.
El lugar de concentración, como todos los años, ha sido el pinar del Grao. Allí empezaron a llegar con sus rugientes motos los primeros moteros este pasado miércoles. Y ya el viernes se alcanzó el máximo de ocupación, que como ha quedado dicho, superó los dos millares.
Los moteros son personas ya entrada en años. No se trata de jóvenes y adolescentes. Son gentes ya curtidas en la carretera que han desarrollado una pasión: su moto. Y a ella se dedican con verdadero empeño e ilusión. Ver una moto Harley es ver el espíritu puro y libre de su dueño (digo dueño porque la mayoría, por no decir la totalidad de ellos, son hombres, que llevan a cuestas a su mujer, pues suelen venir en parejas)
Es todo un espectáculo ver a estos rudos viajantes, trotamundos impenitentes, enfundados en sus oscuros trajes, evolucionar altivamente por las rutas que más o menos tienen asignadas, según las pertinentes paradas que marcan determinados bares.
El domingo por la mañana tiene lugar el desfile final. Consiste en una marcha por la costa en la que participan prácticamente todas las motos que han llegado a la concentración. El resultado, un vistosísimo y ruidoso carnaval de colores, banderas de todas clases, cascos de las más variadas formas y texturas, cuerpos tatuados, pelos ralos y blancos elegantemente recogidos en coletas, alegría desbordante en todos los participantes…
Y después, ya se inicia la retirada. Poco a poco los moteros van despidiéndose de sus compañeros y emprenden camino de regreso. La paz vuelve a las calles del Grao y de Benicàssim. Y digo esto porque durante el fin de semana que las motos han tomado estos lares, el ruido ha sido constante y ensordecedor. Y hay muchos vecinos que optan por emigrar a lugares más tranquilos durante los días que dura el evento. Sin ir más lejos, mi mujer, mi hija y yo, durante los últimos años, hemos aprovechado los días de esta concentración para ir a visitar cercanas poblaciones, pero este año, justo el sábado teníamos una boda y no pudimos irnos, así que hemos convivido con el ruido y la vistosidad de este acontecimiento anual de las motos Harley Davidson.

¡Puedo volar!


Dicen que hay sueños recurrentes. Sueños que se repiten con una frecuencia más o menos acentuada. Prácticamente todas las personas podemos dar fe de estas experiencias oníricas que pueblan nuestra mente con una periodicidad casi inquietante.
No se trata de la repetición exacta del sueño. Lo que se repite es el tema (soñar con toros, por ejemplo) o la circunstancia (por ejemplo que alguien nos persigue y no podemos correr).
Todas las noches soñamos. Lo que pasa es que no siempre nos acordamos de los sueños, pues éstos se olvidan pasados breves minutos si uno no se despierta. Solamente si la persona que está soñando se despierta en este intervalo de tiempo es cuando se tiene conciencia de haber soñado.
Pues bien, ayer tuve un sueño de esos que podríamos llamar recurrentes. Un sueño que recuerdo haberlo soñado desde pequeño. Pueden pasar diez años entre un sueño y el subsiguiente, pero el sueño se repite. Cambia el escenario, incluso los personajes, pero el sueño está ahí. En definitiva, el sueño se trata de que yo adquiero de pronto la capacidad de flotar en el aire. Y ante el asombro de mis compañeros de juegos (cuando era un crío) o ayer, delante de mi padre (mi padre falleció hace cuatro años) comienzo a levitar con total naturalidad. Y yo, un tanto desconcertado ante esta súbita facultad, miro alrededor sin comprender por qué la gente no puede volar como yo. Entonces me elevo levemente, con gracia y solvencia, y me pongo a la altura del techo de la habitación, mientras los demás me miran con un cierto desconcierto, como no sabiendo qué decir ni qué pensar ante tamaña habilidad. Y yo comienzo a hacer algunas piruetas con facilidad pasmosa. Me doy la vuelta suavemente en el aire, me acerco despacito hasta el suelo hasta casi tocarlo, vuelvo a ascender sutilmente y me quedo allí arriba flotando quieto y sereno mirando a mi padre, que está de pie en el suelo mirándome con una admiración difícil de explicar. Yo estoy feliz con esta extraordinaria volatilidad mía. Y miro a mi padre y le sonrío y sin decir palabra, por telepatía, le digo que es muy fácil, que sólo hay que proponérselo. Así, estirando los brazos y las piernas, respirando hondo… pero él no dice nada, me sigue mirando y yo sigo volando con dulzura.

Ruta verde




En la imagen de arriba, tomada en julio de 1999, se puede apreciar la vía del tren cuando aún espaba operativa. Abajo, agosto de 2009, tal como está hoy convertida en ruta verde.


Ayer fuimos a pasear por la nueva ruta verde que se ha habilitado entre Oropesa del Mar y Benicàssim. Es un camino que aprovecha el antiguo trazado de la primitiva vía del ferrocarril que unía Valencia con Barcelona. Esta vía estuvo operativa desde finales del siglo XIX hasta hace poco menos de diez años. Ahora la vía discurre por otros parajes más alejados de las poblaciones. La antigua vía, tras la construcción de esta nueva moderna vía, quedó en desuso. Y tras muchas deliberaciones, se optó por convertirla en lo que hoy es. Una ruta verde que une estas dos poblaciones turísticas. Una vez eliminados los raíles de las vías del ferrocarril, quedó una pista de tierra que se asfaltó en su mitad para que por allí pudieran circular los ciclistas, el resto, de tierra, es por donde circulan los peatones.

Hay que decir que cuando se construyó la vía para el tren, en aquellos tiempos decimonónicos, se optó por que la vía discurriera paralela al mar. Y así se hizo. Oropesa del Mar y Benicàssim están muy cerca, a poco más de siete kilómetros. Pero entre una y la otra se interponen las estribaciones de una sierra que va a morir al mar. Por eso hubo que hacer un túnel y horadar unas cuantas montañas. El resultado fue un paseo en tren encantador entre montañas y el mar.


A las diez y media, mi mujer, mi hija (Marta) y yo emprendimos la marcha a pie desde Benicàssim hasta Oropesa del Mar. Ya desde un principio, a nuestra derecha queda el mar. El sordo rumor de las olas rompiendo en las rocas ameniza el paseo. Pequeñas barcas de recreo dejan una flamante y efímera estela de blanca espuma sobre el verde mar. A veces, las frondosas ramas de los pinos no dejan ver el mar. A cambio, la frescura del aroma del pino reconforta al caminante. El trayecto es variado y agradable. El monocorde y acogedor canto de las incansables cigarras, que cantan de pura alegría, llena de paz y tranquilidad al paseante. Una higuera, repleta de higos, aparece en la cuneta. Uno se siente tentado de alcanzar los frutos maduros de este árbol mediterráneo, pero las ramas resultan un tanto recónditas, y peligrosas, y el esfuerzo resultaría vano. El caminante sigue su camino sin dejar de observar las numerosas caletas que aparecen a cada recoveco. El viaje está resultando fructífero y placentero.
Ya cerca de la vecina población turística de Oropesa aparece la negra boca de un túnel. Una señal nos informa que hay que atravesar un túnel de seiscientos metros. Es una galería angosta y algo siniestra, menos mal que se ha habilitado una iluminación suficiente para verse sin problemas. Nada más salir del túnel, ya se adivinan las primeras construcciones del pueblo de Oropesa.
Y así, después de hora y media de circular por donde durante más de cien años lo hizo el tren, llegamos a la playa de Oropesa. Lo primero que nos encontramos es su precioso puerto deportivo. Y después de dos pequeñas caletas, la magnífica “playa de la Concha”. Nos sentamos en la terraza de un bar, y tras un breve refrigerio volvimos de regreso a la ruta. El sol se había instalado en lo más alto y el calor apretaba de lo lindo. Nos resignamos a sudar un poco (o un mucho) y nos introdujimos otra vez en el camino que otrora fuera vía de ferrocarril. Hay que decir que en este camino de vuelta la presencia de caminantes y ciclistas era sensiblemente menor. La hora era más intempestiva. Y a la hora de comer, ya estábamos en nuestro apartamento de Benicàssim. Fue un viaje feliz.

Paseo matinal


Durante el verano, todos los días allá a las ocho y media de la mañana me voy a pasear a la playa. La playa está muy cerca de mi apartamento, a escasos cien metros. Me marcho solo. A mi mujer la dejo durmiendo en la cama.
A estas tempranas horas, el sol empieza a dar muestras de consistencia y solidez. El calor aún se puede soportar. Voy ligero de equipaje. El bañador, una camiseta, y una gorra. Nada más.
Las calles no están desiertas. Hay muchas personas que no quieren desaprovechar la bonanza de estos momentos y salen a la calle a pasear, a pedalear con la bicicleta, o a deslizarse con los patines. El tráfico de coches y motos, espeso y atronador en otros momentos, es ahora escaso y liviano. Hay en el aire un silencio delicioso y amable.
Cuando llego a la playa y me quito las chanclas, noto la tibieza de la arena que aún no ha sido calentada por el sol. La brigada de limpieza acaba de pasar. La playa está impoluta. Los más madrugadores ya han plantado la sombrilla. Algunas personas están paseando tranquilamente por la orilla de la playa. Hay calma. La brisa marina aún no se ha levantado. El sol riela entre las claras aguas del Mediterráneo. Sumerjo mis pies en las frescas aguas mañaneras y asusto a un puñado de minúsculos pececillos que andaban jugueteando tranquilamente en los rompientes arenosos de las leves olas. Sigo mi camino. Mi mente se abre de par en par y deja entrar a borbotones pensamientos de la más diversa procedencia. Es mi voluntad ahora la que selecciona los pensamientos que quiere soñar. Soñando vivencias y razonando cavilaciones hago camino chapoteando despreocupadamente entre las aguas cercanas a la orilla.
Miro el horizonte, de un amarillo casi cegador. Algunas nubes lechosas parecen alargar sus dedos rugosos sobre la mar. La superficie marina parece una inmensa llanura verdosa y azulada. Me gustaría caminar sobre ella y hundirme en las más recónditas galerías de mi alma donde discurren felices todas mis vivencias.

De vuelta a casa




Son las siete de la tarde. Acabo de llegar de la playa y me he sentado frente al ordenador. Voy a tratar de relatar un poco esos días de viaje que me han tenido apartado del mundo de los blogs. Y voy a empezar por el final.
Mientras escribo esto pienso que esta mañana nos hemos levantado a las seis y media en Venecia. Y después de un frugal y rápido desayuno nos hemos dirigido al muelle donde nos esperaba una lancha-taxi que nos tenía que llevar al aeropuerto de esta ciudad. A las diez ha despegado el avión que nos ha dejado en Barcelona a las doce menos cuarto. Después hemos cogido nuestro coche que nos lo habíamos dejado en el parquing del aeropuerto y a las cuatro ya estábamos en Castellón, en casa de mi hija. La hemos dejado allí y media hora más tarde llegamos al apartamento en Benicàssim. Y después de organizar un poco las cosas, me he ido a pasear por la playa mientras mi mujer terminaba de arreglarlo todo. Y paseando por la orilla de la playa me sentía raro. El aire cotidiano y fresco de Benicàssim acariciaba mi cara con una familiaridad que contrastaba con la desconfianza de las vaharadas de aire veneciano que con insolencia y descaro esta mañana golpeaba nuestros rostros a bordo de la lancha rumbo al aeropuerto. Es la magia de viajar.

El viaje lo empezamos en Barcelona. Vimos la actuación de Madonna que durante dos horas estuvo cantando y bailando sin parar. Me sorprendió que una mujer de cincuenta años tenga la forma física que tiene ella. Pero no salí satisfecho del todo del concierto porque a mí me resultó demasiado discotequero. Pero lo pasamos bien.
Al día siguiente volamos hasta Venecia. Allí nos esperaba una lancha-taxi que nos llevó hasta la plaza de San Marcos. Nuestro hotel estaba en una cale aneja a esta plaza. Después de cenar fuimos a dar un garbeo por los alrededores. La plaza San Marcos estaba llena de gente. Unos músicos joviales y cantarines amenizaban con sus orquestinas a las personas que estaban sentadas en las terrazas de los bares. Su alegre música llenaba toda la plaza de canciones populares.
Al día siguiente fuimos en tren a Firenze (Florencia en castellano). Allí estuvimos unos días respirando arte por los cuatro costados. No en vano Florencia está considerada como la capital del Renacimiento.
El Duomo (la catedral) de Florencia con su impresionante cúpula es algo que se queda grabado en la retina para siempre. Nosotros tuvimos el atrevimiento de subir los cuatrocientos treinta y ocho escalones (y otros tantos de bajada) que llevan hasta la linterna que corona la cúpula. Os aseguro que la vista que desde allí se contempla ablanda los signos de fatiga o las incipientes agujetas que uno pueda tener.
Al día siguiente cogimos un autobús y nos dirigimos a Pisa. La famosa torre inclinada nos esperaba allí desafiando a la gravedad. El conjunto monumental de la torre, el baptisterio y la catedral es algo que se ha de ver por lo menos una vez en la vida.
Después nos fuimos a Siena. Siena es una ciudad que irradia historia. Paseando por sus calles se puede saborear el señorío de esta antigua república. Su catedral es grandiosa.
Y ya por fin, de vuelta a Venecia. ¡Ah Venecia! Venecia es una ciudad diferente a todas. Una ciudad que parece engullida por el mar. Venecia está atravesada por centenares de canales de agua de mar que son las arterias viales de la ciudad. En Venecia no hay coches, hay lanchas, vaporettos y góndolas. Para desplazarse de un barrio a otro la gente utiliza el vaporetto, que es una suerte de barquito que hace las veces del metro de las grandes urbes.
Y envuelto en el cosmopolitismo de esta originalísima ciudad dimos por terminado el viaje. El periplo fue encantador y sabrosísimo, pero es bonito estar de vuelta.


Diez días de descanso. Me voy de viaje.



Como todos los años, llegado este punto, nos vamos de viaje. Es el viaje del verano. Desde hace más de veinte años lo llevamos haciendo. Aún recuerdo cuando mi hija (Marta, la de "cositas mías") tomaba papillas y nos llevábamos un termo para dárselas mientras nosotros tratábamos de comer con la mayor dignidad posible en el restaurante. Y ahora, Marta, con veinticinco años recién cumplidos, aún quiere venir con nosotros en este viaje del verano(sólo se perdió el viaje de nuestro vigésimo quinto aniversario de boda, que fuimos a donde habíamos ido en viaje de novios, a Mallorca e Ibiza). Para mi mujer y para mí, que venga con nosotros Marta, lejos de suponer un estorbo, es casi un orgullo. Un placer, en cualquier caso.


El plan que tenemos es estar unos diez días fuera. Primero marcharemos rumbo a Barcelona, donde nos espera Madonna, este martes a las diez en su concierto en Montjuit (las entradas hace meses que las consiguió Marta por internet) Y ya al día siguiente volaremos desde el Prat hasta Venecia. Allí estaremos unos días para luego coger el tren e ir a Florencia. Y luego, de regreso a Venecia para coger un vuelo que nos llevará a Barcelona. Y de aquí a Castellón. Este es el viaje. Ya os contaré a la vuelta.

¿Por qué no volvemos a la Luna?


Hace cuarenta años, por estas fechas (yo tenía once años) la gente andaba expectante ante un acontecimiento que se anunciaba inmediato: el ser humano posaría su pie en la Luna a mediados de julio. Los comentarios, tanto en prensa como en televisión, eran espectaculares. La humanidad estaba a punto de asistir a un hecho histórico y trascendental: la conquista de nuestro satélite. El sentir común era que esto no sería más que un primer paso en la conquista del universo. La visita a los vecinos planetas se auguraba inmediata. Los viajes a la Luna serían en los años venideros una tarea simple y elemental. Se decía que había quien ya tenía reservados billetes para visitar la Luna en plan turismo. Estábamos a las puertas de una nueva era donde los periplos espaciales y las colonias en los planetas de nuestro sistema solar serían moneda corriente.
Y es que la carrera espacial fue ciertamente meteórica. En 1961 el ruso Yuri Gagarin, a bordo del Vostok 1, se convierte en el primer ser humano que orbita la Tierra. Es pues el primer astronauta. Los norteamericanos, en ese pulso tan propio de aquellos años de la guerra fría, respondieron con el proyecto Apolo, que tendría que culminar al final de la llamada década prodigiosa con el ser humano en la Luna.
El 21 de diciembre de 1968 el Apolo VIII orbita la Luna, llegando a situarse a tan sólo 15 Km. de la superficie lunar, y regresa a la Tierra con numerosas fotografías de la cara oculta de la Luna.
Y ya por fin, la fecha histórica. El 21 de julio de 1969, el módulo de exploración lunar Eagle, pilotado por Neil Armstrong y Edwin Aldrin, se posa suavemente sobre la superficie lunar en el Mar de la Tranquilidad. Son las 21 horas y 17 minutos. Tres horas más tarde Armstrong se convierte en el primer ser humano en hollar el suelo de nuestro satélite; pocos minutos después hace lo propio su compañero Aldrin. La televisión (en riguroso blanco y negro) es testigo en directo del evento (aunque algunas fuentes aseguran que había una previa censura que hacía que las imágenes tardaran realmente unos segundos en aparecer en la televisión)
En menos de diez años la humanidad había pasado de la simple puesta en órbita de un ser humano, a pasearse tranquilamente por la Luna. A este ritmo, pensábamos, en el año 2000 iríamos a pasar el verano a Marte con nuestro propio vehículo espacial.
En noviembre de este mismo año el Apolo XII vuelve a poner dos hombres sobre la Luna. La cosa parece ser coser y cantar.
Hay sin embargo un serio incidente. El 17 de abril de 1970 el Apolo XIII tras haber sufrido una grave avería regresa a la Tierra sin poder cumplir su misión.
Todos estos viajes los vivíamos en casa, gracias al eco que de ellos se hacían los medios, especialmente la televisión, con una extraña cercanía.
Las misiones Apolo se sucedían con verdadera vertiginosidad. En 1971, a bordo del Apolo XV, viaja un vehículo lunar. El 1 de agosto de este año el “jeep lunar” conducido por dos astronautas recorre la Luna durante 18 horas y 37 minutos.
Y ya por fin, el 7 de diciembre de 1972 despega el Apolo XVII rumbo a la Luna, misión que termina felizmente; y pare usted de contar. Aquí se pone punto final a los viajes a la Luna. Ya jamás hubo ninguna misión lunar. Hoy, cuarenta años después de aquella fecha histórica sólo las dudas planean en el espacio. ¿Por qué no han vuelto a la Luna? ¿Por qué este brusco frenazo en la exploración espacial?
Hay respuestas para todos los gustos.
Unos dicen que la causa es política. La carrera entre la URSS y USA por llegar a la Luna ya estaba resuelta. USA había sido claramente la vencedora. Ya no tenía pues, sentido continuar la carrera.
Existe, por otro lado, el peregrino argumento de la confabulación o advertencia extraterrestre. Esgrimirán los partidarios de esta pista, que cuando llegaron a la Luna los humanos, allí se encontraron con una colonia de extraterrestres (incluso apuntan que hubo una extraña conversación entre Armstrong y la base terrestre, que fueron censuradas en su momento, que decía algo así como que el comandante de la Eagle había visto enormes construcciones en el suelo lunar) y que los extraterrestres les habían invitado a abandonar el proyecto y que se estuvieran quietecitos en su planeta Tierra.
Y ya por fin están los incrédulos. Aquellos que piensan que todo fue un fraude. Que nunca llegó el ser humano a nuestro satélite. Que fue todo una farsa que se elaboró en unos estudios de cine y que con más o menos gracia montaron una película que pasó por verdadera. Una de las pruebas que presentan los partidarios de esta teoría es que en ninguna foto del ser humano en la Luna se pueden apreciar estrellas en el firmamento. El cielo se muestra siempre oscuro y libre de estrellas, que según ellos, deberían aparecen fijas sin la intermitencia lumínica típica que presentan desde la Tierra, debido a la falta de atmósfera de la Luna.
¿Qué pensar? La verdad es que yo estoy hecho un lío. Porque yo fui uno de aquellos niños que miraban el año 2000 como una fecha mágica, una fecha en la que los viajes interplanetarios estarían a la orden del día, y he visto que hemos avanzado mucho en otras cosas, pero que en este aspecto estamos igual o peor que entonces. ¿Qué ha pasado?

Cien


Con esta entrada se cumplen cien. Cien posts. Este número tan redondo hace que la mente se entorne y adquiera un grave semblante. Si se han publicado cien entradas en este blog, es que algo ha ido bien. Que algo ha permitido que este espacio cibernético adquiriera peso y entidad día a día, gracias a las buenas vibraciones que se desprendían de los comentarios que vosotros y vosotras ibais derramando en este humilde rincón del universo virtual, entrada tras entrada. Ahora, yo soy un nostálgico, ya sabéis, me gustaría recordar los inicios, aquellos legendarios tiempos de la prehistoria de este blog cuando con torpe paso iniciaba la andadura en el mundo de los blogs de la mano de mi admirada y querida compañera de instituto Ana, Ana Ovando.
Fue en el curso 2006-07 cuando Ana nos animó a asistir a un cursillo que ella misma daría sobre una cosa novedosa y rara. Una cosa que era extraordinaria según ella porque te permitiría ponerte en contacto con todos tus alumnos y alumnas a través de Internet, y no sólo eso, sino que todo el mundo, sí todo el mundo, podría leer tus escritos. Yo quedé entusiasmado con la idea y me apresuré a hablar con Gemma (Ah!, Gemma, compañera entusiasta y pilar maestro de este instituto en lo que se refiere a las buenas vibraciones) para que me apuntara en el cursillo, pues ella le ayudaba a Ana, al encargarse de llevar la cuenta de los profesores inscritos en el cursillo.
Empezó el cursillo y resultado de las enseñanzas de Ana fue la creación de mi primer blog. Que es éste, pero con un nombre distinto. En un principio le puse un nombre meramente académico o pedagógico: “Apuntes de historia”, pues entonces pensaba que el ámbito de este blog no iría más allá de las paredes del IES “Violant de Casalduch” de Benicàssim.
Mi primer post salió a la luz (bajo el atento y entrañable cuidado de Ana) un 8 de marzo (día de la mujer trabajadora) de 2007. Se titulaba “Bienvenidos al Blog”. Y su texto era breve y sucinto. Simplemente daba cuenta a mis alumnos de que había iniciado mi andadura en esto de los blogs. Luego hubo algunas entradas en que colgaba, pues, eso, apuntes de historia. El alumnado respondía bien, pero yo veía que esto podía dar mucho más de sí y le pregunté a Ana si podía cambiar el nombre del blog y apuntar hacia otras dimensiones. “Claro, es muy fácil, mira…” esa es siempre la respuesta positiva de la entrañable Ana. Y así fue cómo nacieron las “Buenas vibraciones”. Esto sucedió un 24 de septiembre de 2007. Y con eso los posts pasaron a ser más (digamos) universales, pues ya no pensaba en el cerrado círculo de mis alumnos cuando escribía una entrada, sino que lo hacía para quien pudiera o quisiera leerlo. Así empezaron a visitarme (a parte de Ana, Gemma y Suni, que son compañeras de instituto) blogeros de fuera. Uno de los primeros fue Antonio, “Re(paso) de lengua”, le siguió Esther (alumna del centro) con su blog “Bohéme Dans la lune” y Lauryna, asturianina ella con su “Las palabras no matan” y Alu, con su “Diario de una unidad aritmético lógica”, María con “Mi pluma de cristal”, la madrileña Perséfone (siempre me gustó este nombre) con “Esto es para ti”, La Vero “All the smalls things”, ya luego empezaron a visitarme gente ¡del otro lado del océano! Las entrañables y fieles Hada Isol “Todos mis blogs en uno” y Adrisol “Campos de sueños”, y luego llegó hasta aquí Joselu con su “Profesor en secundaria”, Yolanda que es “Un maestra feliz” y mi vecina (porque es valenciana) Arwen “El universo de Arwen” y Marinel (también valenciana) con sus poéticas “Letras derramadas”. Después llegó la murciana Clares “Asuntos propios” y después, pues eso, mi hija, Marta, con sus “Cositas mías” y de su mano llegaron hasta aquí Verónica con su “Hel·lenikós”, Lujo “Un blog de lujo” y Fernando Postigo “Planeta Fernando” y ya por fin Miriam “La vida en danza” y María “El saco de mis pensamientos”. La verdad que no sé si están todos los que son, pero sí son todos los que están. Porque sería muy largo citar a todos los que han visitado este lugar llamado “buenas vibraciones”.
Para todos ellos y ellas, y para los que visitan de forma esporádica este espacio, va mi más sincero agradecimiento y el deseo de que continuemos así, estrechando estos lazos de amistad por mucho tiempo. Gracias a todos y todas.

La noche de San Juan



La noche del 23 al 24 de junio es la noche de San Juan. El ritual del cambio de estación se celebra cada año aquí en nuestra tierra (como en muchos otros lugares) con un interés inusitado.
Cuando declina el día, se ven acercarse hasta la playa grupos de gente con algunas maderas para hacer una hoguera. Cuando oscurece, empiezan a encenderse algunos fuegos. Si se mira a lo largo de la playa se ven decenas de hogueras en forma de puntitos llameantes. Todo parece preparado para el gran momento. Las doce de la noche, que es cuando tendrá lugar el conjuro.
Nosotros, mi mujer y mi hija, todos los años bajamos a la oscura playa nocturna para asistir al sortilegio de mojarnos los pies en la orilla y saltar siete olas seguidas. Algunos también saltan la hoguera, pero nosotros nos conformamos con sumergir nuestros pies desnudos en la cálida agua de la noche.
Este año la Luna se olvidó de salir. La negrura era rotunda. La escasa visión era alentada por las numerosas hogueras que salpicaban la arena de la playa. El jolgorio y la alegría eran patentes. Entre los más jóvenes había quienes no dudaban en adentrarse en el mar y tomar el baño.
Nosotros, reloj en mano, estábamos atentos a que el minutero llegase a la hora mágica. Y mientras tanto paseábamos por la orilla de la playa, donde las olas llegaban cansinas y espumosas. Las hogueras dejaban en el aire un ácido y penetrante olor a leña quemada que recordaba la calidez del hogar.
Entre gritos y plácemes se hicieron las doce. Entonces la gente se acercó hasta la orilla a saltar las olas. Nosotros cumplimos el ritual. Ya estamos listos para el tránsito a la estación estival. Es una plegaria irreligiosa la que tiene lugar en este acto. Una fervorosa invocación repleta de claros deseos de paz y armonía a unos desconocidos dioses paganos.
Después, mientras la fiesta continuaba al tremolante son de las hogueras, y el estallido de cohetes lejanos, abandonamos la playa y nos dirigimos a casa con la satisfacción de haber cumplido con esta entrañable costumbre un año más.

Desde mi terraza


Sentado en un sillón de mi terraza, miro el mar. Una barca azul de blanca vela se desliza por el verde mar de olas romas y cansadas. Ha brotado como por ensalmo de la fina y lejana línea que marca el horizonte. Las aves marinas la obvian y siguen volando mientras lanzan monocordes y misteriosas canciones al invisible viento marino.
La nave velera cobra forma según se aleja del remoto horizonte. Su proa es altiva. Su porte, desafiante. La barca velera tiene hechuras de animal marino. Pero si uno se fijara en el tajamar de madera que corta las aguas, no advertiría dientes, sus fauces se han convertido en pálida y rumorosa espuma de blanco tacto que se desliza por las vertiginosas amuras del buque velero. Parece un animal mitológico. No tiene alas, pero da la impresión de volar a ras de la superficie del mar. Es el viento. Las leves ráfagas de aire marino envuelven las bien desplegadas velas de la barca y la impulsan con suavidad sobre las onduladas olas. Un insistente rumor como un sordo crujido llega desde las velas zarandeadas por el viento. Parece el hálito atolondrado de un extraño animal. El persistente y amable vaivén de las olas hace que el casco de la barca se balancee con pesadez en el tranquilo mar cabeceando con persistencia y parsimonia en las claras aguas marinas. Parece un animal ejecutando una danza amorosa.
Desde mi balcón miro la barca azul de enhiesta arboladura y blanca vela jugar con las verdosas aguas. Ha tomado camino del puerto. Una gaviota, las alas abiertas en cruz, el estridente pico al aire, sigue su estela. Yo me quedo mirando la nave velera que dibuja tras de sí un surco acuoso y blanquecino que las olas se encargan de desdibujar poco a poco. Después, calma marina. Sentado en un sillón de mi terraza miro la tarde declinar.

Poesía desde Benicàssim


Hoy os quiero presentar a mi querida compañera del instituto de Benicàssim Jacinta Negueruela. Jacinta es profesora de Lengua y Literatura Castellana. Una de sus pasiones es la poesía. Desde que ella está en nuestro centro cada año ha venido un poeta a darnos (a los alumnos de bachiller y al profesorado que ha podido) una conferencia sobre su obra poética. Por citar sólo a algunos, diré que han pasado por aquí Carlos Marzal, Julia Barella, Antonio Colinas, Jaime Siles, Luís Alberto de Cuenca, Clara Janés, Jose Manuel Caballero Bonald, Francisco Brines, Antonio Gamoneda… Es todo un acontecimiento cada vez que viene un poeta. Jacinta es el alma mater de todo este proyecto. Ella es la que contacta con los poetas y ella es quien hace todas las gestiones oportunas (arropada, por supuesto por su departamento de Lengua Castellana, y la Dirección del centro) para que cada año sea posible el evento. Así los alumnos de bachiller y los profesores que pueden asisten cada año a esta explosión de poesía que es cada una de las conferencias, selladas todas ellas por el recitado de algunas poesías por boca de los propios poetas (inolvidable aquel "tiene que llover" de Gamoneda). Luego celebramos una entrañable comida en un restaurante de Benicàssim (el Voramar) donde departimos los profesores y profesoras con el poeta en amena tertulia delante de un sabroso plato de paella con bogavante las más de las veces. Es una experiencia encantadora que curso a curso mantiene viva mi amiga Jacinta Negueruela.
Pero Jacinta también cultiva la poesía. Y el ensayo. Es autora de Un arte presencial. De Yves Bonnefoy a Miquel Barceló , Devenir 2007. Por lo que respecta a la poesía ya ha publicado dos libros (el mes que viene presentará en Valencia su tercer libro) y aquí os dejo una poesía de cada uno de sus libros. A ver qué os parece.

El OTRO LADO

Dicen que la tierra acoge a los muertos.
Dulcemente llueve sobre el océano
como si llevara lloviendo desde el principio de la vida,
como si nunca hubiera dejado de llover.
Miro su cuerpo sumergido, nadando
entre los peces y la espuma marina.
Su silueta se aleja. Es otro pez
en el agua matriz.
No le llamo. Sé que mira al otro lado,
busca sus propios muertos, que se aprestan
a calmar las mareas.
La hora está cerca.
Bajo el mar, ya está el camino hecho.

Jacinta Negueruela
Animal Marino
Devenir/ Poesía nº 201. Madrid, 2006

TEMPORAL

Siniestra orilla la de Levante,
turbio hallazgo,
desvarío,
azote y vértigo.
Las olas llegan de sur y norte,
se juntan, pliegan, montan,
atrapadas,
ensombrecido el día,
mortecina la mañana,
desvaída la tarde,
tenso el aluvión del mar,
materia henchida,
y las partículas de agua en infinitas nieblas
son bálsamo,
son aire que nos falta.
Sembrar no es palabra para esta vista
sobre mar
incierto.
Nada que cayera en ese magma
tan antiguo,
dejaría tan golpeado
el rostro de la vida.

Jacinta Negueruela
La luz de Orión
Devenir/Poesía nº 218. Madrid 2008

Vacaciones en Benicasim

La playa del Voramar (Benicàssim) a principios del siglo XX
Como todos los años, llegado el mes de junio, nos vamos al apartamento que tenemos en Benicàssim. Allí estaremos hasta finales de septiembre. Esto supone en principio que por unos días (espero que sólo sean unos días) no tendré acceso a Internet desde mi casa. Pero este año vamos a intentar arreglarlo para tener Internet en el apartamento. Con lo cual no tendré que despedirme de vosotros hasta pasado el verano como pasó el año pasado. Ya veremos si ello es posible.
Yo vivo en Castellón y en el verano me voy a la playa, a Benicàssim, como hacen todos los años millares de castellonenses. Si consideramos que Castellón está a poco más de un cuarto de hora en coche de la playa del Grao de Castellón (que es una playa magnífica en todos los aspectos) no se entenderá muy bien que en Castellón haya la costumbre de tener dos casas, una para el verano y otra para el invierno. La verdad es que no es muy comprensible. Pero tiene su explicación.
Hace mucho tiempo, allá a finales del siglo XIX, la gente de Castellón empezó a acercarse a la playa en verano. Hay que recordar que la playa está cerca de la ciudad de Castellón, a sólo cuatro kilómetros. El moderno uso de tomar los baños hizo que muchas alquerías que había (y hay) en el marjal cercano a la playa del Grao se llenaran en el estío de castellonenses para estar cerca de la playa.
A la par, en el vecino Benicàssim, situado a 13 kilómetros de Castellón, empezaron a construirse villas frente al mar. Eran chalets lujosísimos, de personas adineradas, no sólo de Castellón, sino también de Valencia. Hoy aún se pueden ver estas villas majestuosas en la zona llamada del “Voramar”, es lo que se conoce como “les villes velles” (las villas viejas).
Pasaron los años, y los veranos veían cómo muchos castellonenses de a pie, con los calores, se iban hacia su modestísima alquería a pasar los meses de canícula. Al tiempo que la zona de las villas de Benicàssim se llenaba de ensombrerados burgueses y enjoyadas señoronas que paseaban por la playa del “Voramar”.
Cuando a finales de los años cincuenta del pasado siglo empezaron a llegar turistas a nuestras costas, todo empezó a cambiar. En la costa de Benicàssim, espoleados por este turismo, se empezaron a construir apartamentos. Y los castellonenses, que a estas alturas del siglo, ya empezaban a sacudirse las penurias de la postguerra, se sintieron atraídos por estas novedosas construcciones, mucho más modernas que las vetustas y primitivas alquerías. Y así hicieron. Compraron apartamentos para utilizarlos en verano y siguieron con la costumbre de tener dos viviendas. Una en invierno, en Castellón, y otra, en verano, en Benicàssim. Hay que decir que las alquerías del Grao siguieron siendo lugar de veraneo, pero el auge que representaron los nuevos apartamentos en la costa de Benicàssim las eclipsó casi por completo.
Y es de ahí, de esa práctica de ir a veranear al mar de nuestros antepasados de donde surge este hábito tan arraigado por esta zona de tener dos viviendas. Una para el verano y otra para invierno. Hay quien no lo comprende. Que le parece una burrada tener que afrontar los gastos de dos casas estando tan cerca del mar, pero a veces, la costumbre es más fuerte que la razón.

Asertividad


Esta semana hemos terminado las clases de autoestima que ha impartido una psicóloga del Ayuntamiento de Benicàssim a los alumnos y alumnas de primero de E.S.O. La última sesión la dedicó a hablar de la asertividad. Me pareció interesante y es por eso que quiero compartirlo con vosotros y vosotras


Las personas fundamentalmente podemos expresarnos ante una determinada situación con uno de estos tres estilos de comunicación:

Pasividad: Este estilo de comunicación es propio de aquellas personas que evitan mostrar sus sentimientos por temor a ser rechazados o incomprendidos o por temor a ofender a otras personas. Son personas que infravaloran sus propias opiniones y necesidades y dan un valor superior a las de los demás.

La persona pasiva, si un vecino le molesta porque tiene el volumen del televisor demasiado alto, se callará, se aguantará y no dirá nada al vecino.

Agresividad: Consiste en sobrevalorar las propias opiniones y sentimientos, obviando o incluso despreciando las opiniones y sentimientos de los demás.

En el caso anterior, la persona agresiva no dudaría en ir a casa del vecino, y con malos modos y amenazas, instar a que baje el volumen del aparato de televisión.

Asertividad: La persona asertiva está abierta a la opinión y derechos de los demás, pero hace valer su propia opinión y sus propios derechos. Parte del respeto hacia los demás y hacia sí mismo, aceptando que la postura de los demás no tiene por qué coincidir con la propia y evitando conflictos, sin por ello dejar de expresar lo que quiere de forma directa, abierta y honesta.

En el caso citado, la persona asertiva iría a casa del vecino y con buenas palabras le haría ver que la televisión se oye desde su casa y que esto le molesta, entonces le invitaría a razonar que tal vez esto sea por tener el volumen del televisor demasiado alto.

En resumen, la persona asertiva es recelosa de sus intereses y derechos y vela porque estos no sufran merma alguna. Pero esta actitud no redunda en continuos conflictos con aquellas personas que de una manera u otra tratan de lesionar sus derechos. La asertividad consiste en definitiva en solventar estos agravios sin agresividad y sin violencia, pero con firmeza.

Por si queremos analizarnos un poco y ver cómo andamos de asertividad, añado a continuación el decálogo de los derechos de la persona asertiva:

1-Derecho a ser tratada con respeto y dignidad.
2-Derecho a tener y expresar sus propios sentimientos y opiniones
3-Derecho a ser escuchada y tomada en serio.
4-Derecho a juzgar sus necesidades, establecer sus prioridades y tomar sus propias decisiones.
5-Derecho a decir “NO” sin sentir culpa.
6-Derecho a pedir lo que quiera, dándose cuenta que también las otras personas tienen derecho a decir “NO”.
7-Derecho a pedir información y ser informada.
8-Derecho a obtener aquello por lo que ha pagado.
9-Derecho a decidir qué hacer con sus propiedades, cuerpo, tiempo, etc., mientras no se violen los derechos de las otras personas.
10-Derecho a superarse, aun superando a los demás.

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