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El paquete de ducados



Hoy hemos ido a ver a mi madre. Todas las semanas vamos a hacerle una visita, pero hoy además, hemos aprovechado para cambiarle la hora a los relojes, y es que desde que se murió mi padre hace poco más de ocho años, esta tarea la realizamos nosotros.
 Había un reloj que estaba parado. Hay que cambiarle la pila. Me voy al cajón donde mi madre guarda las pilas y no las encuentro. Remuevo un poco los cachivaches y papeles que hay allí y descubro algo que me deja patidifuso. Es un paquete de tabaco sin abrir. Un ducados. Pero un ducados de los de antes. Ni qué decir tiene que mi madre no fuma. Ni mi mujer, ni mi hija, ni yo.
Cojo el paquete y advierto que hay escrita con bolígrafo una fecha: 12 de enero de 1993. Aguzo la vista y adivino en aquellos trazos la caligrafía de mi padre. Él lo había escrito, seguro.
Le pregunto a mi madre. No sabe nada del paquete. Mi mujer, en cambio, acierta a poner luz en el misterio: “creo que esta es la fecha en que tu padre se dejó de fumar.” Es verdad, tiene razón mi mujer; ahora me acuerdo… mi padre quiso sellar sobre aquel inmaculado paquete de ducados su decisión de no volver a abrir jamás un paquete de tabaco. Y allí estaba la prueba. Y este paquete no se abrirá ya nunca más…
…y yo lo guardaré para siempre.

Jesucristo Superstar


Hoy es Domingo de Ramos. Desde mi ventana veo niños y niñas que salen de la cercana iglesia con sus palmas en la mano. Me resulta una fiesta feliz y sucinta. No hay grandes alardes de ningún tipo. Los niños parecen felices y sus padres se muestran risueños. “Hossana Superstar”. Recuero la ópera rock que interpretó Camilo Sesto y Teddy Bautista (en los papeles de Jesús y Judas) allá por el otoño de 1975. Yo tengo el disco y lo escucho siempre por estas fechas. Me gusta escucharlo. Y siempre que lo escucho mi mente se excita ante semejante recuerdo.
La pasión de Jesús es algo que nunca me ha dejado indiferente.
Parecen ciertas y demostradas históricamente las intrigas y el posterior fatal desenlace de aquella semana, que hoy es Semana Santa. Así como el colofón final: Jesús resucita al tercer día y sube al cielo. ¡Ahí es nada!
La cultura cristiana recuerda estos días los hechos de aquellos días, y en cierta manera revive, hasta hacerlo imperecedero, el nudo y desenlace de los últimos siete días de vida terrena de Jesús el Nazareno.
Las procesiones que se llevan acabo por toda la geografía española han llegado a formar una iconografía de difícil catalogación. Folclore, costumbre, simple tradición. Auténtica fe. Cada cual que juzgue según su criterio. Pero en el fondo de la cuestión hay unos hechos. Jesús perseguido por su propia gente por razones peregrinas, juzgado y condenado a muerte. Jesús, que había profetizado todo esto y que además decía que después de todo, resucitaría al tercer día. Y así pasó.
Hoy es Domingo de Ramos. Empieza la Semana Santa. El viernes iré con mi mujer y mi hija a ver la procesión del Santo Entierro. Y el domingo oiré los cohetes que se lanzan al aire con jolgorio porque Jesús ha resucitado.
Esta tarde cogeré el disco de “Jesucristo Superstar”, y como todos los años, lo oiré con satisfacción.

  

En la farmacia



Esta mañana me he levantado con tos. He estado todo el día tosiendo. Por la tarde decido ir a la farmacia a ver si me dan algo que me alivie esa tos.
La farmacia está llena de gente. Me pongo en la cola.
Delante de mí hay una chica joven. No tendrá más allá de los veinte años. Parece extranjera. Por su aspecto yo diría que es rumana. Va sola. Viste muy sucintamente. Un chándal pasado de moda de raído color rojo. No lleva bolso. El pelo, moreno, es corto y sin alardes. Mira nerviosamente y con una más que patente humildad hacia un lado y otro. Le toca el turno.
-¿Cuánto vale una cajita de Frenadol? – le dice al dependiente con un claro acento del Este.
El dependiente, algo desconcertado, mira en el ordenador.
-Cuatro euros con cincuenta céntimos.
La chica inmediatamente le contesta:
-¿No tiene algo más barato que sea parecido al Frenadol?
El dependiente, visiblemente extrañado, deja la cajita de Frenadol sobre el mostrador y vuelve al ordenador.
-Aquí hay otro producto similar para el resfriado. Vale cuarenta céntimos menos.
-¿…Y no tiene nada más barato?
El dependiente vacila. Le noto nervioso y contrariado. Sigue tecleando en el ordenador.
-No. Eso es lo más barato que tengo.
-Bueno, pues démelo. ¿Cuánto es?
-Cuatro euros con 10 céntimos.
La chica se hurga en el bolsillo del pantalón y saca unas cuantas monedas; las cuenta y las deposita en el mostrador.
El dependiente le da el medicamento y la chica sale de la farmacia.
Yo me quedo pensando.

Invierno



Estamos en invierno. Hace frío. Es lo que toca. Pero no en todas partes hace el mismo frío. Yo vivo en una zona (Castellón de la Plana) donde a penas hace frío. Puedo contar con los dedos de una mano los días al cabo de un año en los que ha hecho frío. Entendiendo por frío llegar a los 3, 2, o incluso, en el colmo de la ola de frío, cero grados. En Castellón no nieva nunca. La última vez que nevó fue en el año 1946. Ha llovido mucho desde entonces, pero no ha nevado nada.  En Castellón, para los que no estén al corriente, diré que hay un microclima que permite temperaturas muy suaves durante todo el año. Pero nunca ha estado bien aireada esta circunstancia. La gente, en general, no sabe el tiempo que hace en Castellón. Y es que Castellón está en una estrecha franja plana (de ahí el apelativo de Castellón de la Plana) de apenas cuatro o cinco kilómetros de anchura. Por el Este, el mar. Por el Oeste las estribaciones montañosas del Sistema Ibérico. Total, que puede estar nevando y haciendo un frío de mil demonios en un pueblo que esté situado a unos veinte o treinta kilómetros de la capital, y en Castellón, no enterarnos prácticamente de nada. Castellón es una de las provincias más montañosas de España. Pero la capital, Castellón, está en la Plana, entre el mar y la montaña, y esto proporciona un clima extraordinario. Ni frío en invierno, ni excesivo calor en verano.
Pero últimamente en Castellón se ha puesto de moda poner calefacción central. Todos los pisos nuevos ya la llevan. Pero el mío, que se construyó en 1974 no tiene calefacción central. O sea que quien quiera, tiene que instalársela por su cuenta. En mi finca solo hay un vecino que lo haya hecho. El resto seguimos con nuestras estufas, nuestros batines y nuestras mantitas. Como toda la vida, vamos.
Pero como decía más arriba, hay mucha gente que se ha apuntado a la calefacción central en su casa. Entre ellos mis cuñados y mis suegros. Total que cuando vienen a mi casa en invierno (como ahora que hay una ola de frío) no paran de quejarse del frío que hace en mi casa. Y además se meten conmigo porque llevo batín. “¿Qué te pasa, que estás enfermo?” “Pareces un viejo con este batín”. “Nosotros en casa andamos en manga corta…” 
O sea, que ahora, debo entender, el batín y la mantita para ver la tele son usos anacrónicos. Lo que se lleva es ir en casa como en verano. Pues no. No estoy yo por la labor. La verdad.
A lo mejor seré un antiguo, pero yo, con mi batín, mi mantita y en situaciones extremas (este año aún no hemos tenido necesidad) la estufa, pues vamos capeando el breve invierno castellonense. Pero como pasa con todo, no diré de esta agua no beberé, y no descarto yo la posibilidad que en un futuro pongamos la calefacción central.

  

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