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Hacer dedo


Son los años setenta. Es verano. Un grupo de amigos están hablando junto a la carretera. Una carretera dominada por los Seat seiscientos, aunque también se ven Seats 1500, 850, 124, 1430, 850 coupé, 127; los Renault 5, 6, 8, 4L, gordini; Simcas 1000, algún  vespino, alguna vespa, alguna moto Derbi, los Citroen dos caballos y Dyan 6, así como los tiburón que traían los turistas franceses…
…Hablan de irse a Benicàssim. La parada del autobús está cerca.
-Yo me voy a Benicàssim haciendo dedo. ¿Alguien se viene conmigo?- Un jovenzuelo de apenas quince años había mostrado al resto del grupo su intención de no coger el autobús e irse haciendo auto-stop.
No serían los únicos ni mucho menos. Unos metros más allá había dos chicuelos que con habilidad y desparpajo mostraban su dedo pulgar oscilante a los conductores que pasaban frente a ellos con la esperanza de que algún coche parase y les llevase.
Y es que, de hecho, esta práctica en estos años está muy arraigada en España.
Yo recuerdo que en la primera mitad de la década de los setenta, que aún no tenía edad para sacarme el carnet de conducir, más de una vez fui en auto-stop. Y también me acuerdo que cuando en el año 1976 me saqué el carnet, alguna vez recogí a algún autoestopista. Y es que la carretera estaba atestada de ellos. Había quien utilizaba esta práctica para ligar. Normalmente se trataba de jóvenes conductores que a la vista de un grupito de chicas que, apostadas a la carretera, hacían auto-stop, las paraban y comenzaba el ligoteo…
Hay que decir que la práctica del auto-stop estaba prohibida. Pero no fue la policía quien acabó con el auto-stop. Fueron otras causas. Otras causas que yo desconozco, y que me gustaría que alguien entre los amigos y amigas blogueros me ayudaran a  aclarar.

  

Entre desplantes y abucheos


España ha llegado a un estatus social-democrático que yo llamaría “la sociedad del abucheo”.  Y es que aquí se abuchea todo. Absolutamente todo. Me diréis que esto es el culmen de la libertad de expresión. Y yo no os diré que no. Pero ¿es el culmen del respeto? ¿Todo vale con tal de expresar mi opinión?
El pasado mes de junio el ministro Wert fue protagonista (pasivo) de un hecho que tiene que ver con este planteamiento que encabeza el post. Más que abucheo, lo que sufrió fue un desplante. Un desplante con el que le obsequiaron algunos de los estudiantes (brillantes estudiantes) a los que él iba a entregarles un premio por su excelente rendimiento académico. Dichos estudiantes se negaron a darle la mano y pasaron por delante del ministro sin mirarle siquiera.
Daniel Arasa escribió en “La Vanguardia” sobre el tema. Me gustaría compartir con vosotros y vosotras su opinión:
“Pongo un suspenso a los estudiantes que protagonizaron hace unos días el desplante al ministro José Ignacio Wert cuando les entregaba los diplomas. ¡Son alumnos brillantes y con buenas notas, me responderán! Bien, pero su educación y sentido del respeto son nulos y van de sobrados por la vida pensando que se puede funcionar en base a la impertinencia. Hay ahí poca calidad humana. Ser persona correcta es más importante que saber matemáticas, literatura castellana o informática. Si no podían soportar que se lo entregara el ministro, lo razonable no era demostrar pésima educación, sino renunciar a recogerlo.”
¿Qué opináis sobre este tema? Espero vuestros comentarios.


El billete de cinco euros


Es una tarde calurosa de verano. Acaban de dar las siete y media. Buena hora para irme a tomar unas cervecitas con mi mujer y con “Lluna”, la perrita de mi hija. Así hacemos. Emprendemos el paseo marítimo rumbo al “Torreón”. La playa está llena de gente. La mar, en calma. Hay barquitos veleros y pequeñas barcas de recreo que navegan paralelos a la costa con paso quedo y suave cabeceo. También vemos bravas motos acuáticas que braman escandalosamente mientras brincan sobre la mar. La apacible brisa marina mitiga el calor. Las terrazas de los bares están a rebosar. La perrita “Lluna” enarbola su peluda cola al aire en un claro signo de alegría y despreocupación.
Vemos una mesa libre y nos sentamos.
Nos tomamos una cerveza amenizada con unas tapitas. Charlamos un buen rato mientras vemos pasar una amalgama larga y jovial de bañistas que vienen de la playa. “Lluna” ha visto un gato y se ha puesto a ladrar. La hemos reñido. “Lluna” se ha quedado mirando retadora al inofensivo felino que desde una prudente distancia parece ignorar a la perrita. Cuando el gatito se ha ido, “Lluna” opta por recostarse tranquilamente bajo la mesa.
Se ha hecho hora de irse. Ya son las nueve. Mi mujer se levanta y se dirige a la barra para pagar.
Yo me quedo sentado junto a la perrita. Parece que tarda más de lo normal. Me giro y veo a mi mujer hablando con una camarera. Espero. No sé de qué estarán hablando.
Por fin da por zanjada la conversación y se dirige hacia mí con una sonrisa en la cara y un billete en la mano.
-¿Ves este billete?- me dice mi mujer enseñándome un billete de cinco euros en apariencia totalmente normal.
-Sí. ¿Qué pasa…?
-…Pues que es falso.
-¿Qué…? ¿Y cómo lo sabes?
-Me lo ha dicho la camarera. Tócalo- Ahora sacaba otro billete de cinco euros- y comprueba con este.
-¡Es verdad! Tiene distinta textura.
-Y además, observa. Aquí en la parte blanca hay marcada una grafía.
-Sí, es cierto, parece una eme.
-Pues esto me lo ha hecho la camarera. En los auténticos no se puede escribir.
-¡Nos han colado un billete falso! Pero ¿Dónde?
-Bueno, pues en cualquier sitio, en otro bar, o en la verdulería, o la panadería… vete tú a saber…
-Pues sí. Porque el cliente no tiene la posibilidad de comprobar la autenticidad del billete que le han dado, como ha hecho esta camarera. Así es que este billete me lo quedo yo. Y me lo voy a guardar. Nunca he tenido, que yo sepa, un billete falso en mis manos. Y ahora que lo tengo me hace ilusión guardarlo.



La pulserita misteriosa


Esta pulserita apareció un día debajo de un sillón de mi casa. Se la encontró mi mujer. Me preguntó si yo sabía algo de la pulserita. Pues no. Yo no sabía nada de esa pulserita. Seguramente sería de la mujer de la limpieza. Y así quedó la cosa.
Llegó el miércoles y vino Mari Carmen, la señora de la limpieza. Fui con la pulserita a decirle que se le había caído y que mi mujer se la había encontrado. Mari Carmen puso cara de extrañada y me aseguró que esa pulserita no era suya. Entonces entró mi mujer. Y me encontró con la pulserita en la mano. “Que dice que no es suya…” que yo le digo casi con un hilo de voz. Y mi mujer me mira directamente a los ojos y me suelta: “…pues tú sabrás.”
No supe qué contestarle. “Tal vez se le haya caído a Marta”. “No, nuestra hija nunca ha llevado pulseritas como esta.”
“Tírala a la basura, y ya me explicarás que hacía una pulserita como esta debajo del sillón”. Mi mujer hablaba con una media sonrisa llena de ironía.
Yo no sé si enfadarme o ponerme serio y decirle que yo no sé nada de esa pulserita. Y que ya está bien de mirarme con esta cara…
Total, que a día de hoy esta pulserita es un misterio. Pero un misterio gordo. Ya ha pasado más de un mes y el tema parece que se haya olvidado. Pero yo no lo he olvidado. ¿Quién demonios trajo esta pulserita a casa?

Si alguien puede dar luz a este misterio, ruego apunte sus sospechas, a lo mejor me ayudan a solventar el caso.

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