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Vacaciones de Navidad


Hoy es Navidad. Ayer celebramos la Nochebuena en nuestra casa con una cena acompañados de mis suegros, mis cuñados, mi sobrino Daniel, mi hija… y Lluna. No se habló de política. Hubo paz. Hoy mis suegros, como ya es tradición, nos han invitado a todos a una comida en un restaurante. Mi madre también viene a esta comida. Desde que murió mi padre ahora hace nueve años, mis suegros tienen a bien invitarla para que pase este día tan señalado acompañada por todos nosotros. Y mi madre está feliz por ello.
Ahora estamos preparando la maleta para irnos mañana a Andorra. Tal como venimos haciendo desde hace más de veinte años. Marta, nuestra hija, también viene. Pero su perrita, no. Lluna se quedará en el “hotel” de perros que hay aquí en Castellón.
Pensamos estar tres días en Andorra y al volver pasaremos por Barcelona. Estaremos un día en la ciudad condal y después regresaremos a por Lluna.
El día de nochevieja lo pensamos pasar en nuestra casa. Solo acompañados de nuestra hija y de su perrita Lluna.

Ese es el plan que tenemos Sole y yo en estas próximas fechas. Espero que todos y todas paséis unas fiestas entrañables y soñadoras.  

La ventana


Es media tarde, pero la noche cae sobre la ciudad con una premura casi angustiosa. Las farolas y las ventanas luminosas de las casas alegran mi paseo a través de las frías y húmedas calles. Todavía es pronto. La noche no anuncia que es tarde. El menguante diciembre ha caído con toda su fuerza sobre las calles de la ciudad.
Mientras paseo con Lluna, la perrita de mi hija, piso las ocres hojas muertas de los árboles atenazados por ese otoño atroz que reina con toda su fuerza a la espera que el invierno llame a sus puertas. Ya pronto será Navidad. Huele a invierno. Huele a Navidad.
Todas las tardes suelo llevar a la perrita al parque que hay cerca de donde vivimos. Hoy, de vuelta a casa, pasamos por las engalanadas fachadas acristaladas de los pisos que hay en mi camino de vuelta. Las luces navideñas, cantarinas y coloreadas, intermitentes y chillonas, alegran mi mirada. Ya lo he dicho, huele a Navidad. Y yo, casi sin querer, pienso en gozosos recuerdos y alentadores presagios. Es tiempo de mirarse hacia adentro de uno mismo y sacar todo lo mejor que hay en nosotros. Yo no busco la perfección. Me conformo con una sonrisa. Un gesto. Un deseo. Una caricia…
El semáforo está en rojo. Nos paramos. La perrita, obediente, se sienta. Yo pongo mi mirada en la finca que hay enfrente. Hay una ventana que tiene unos visillos entreabiertos. No sé bien por qué, pero me llama la atención. Me quedo mirando la ventana. Y entonces aparece una mano que descorre lentamente el visillo. ¡Es Papá Noel! No puedo creerlo. Y se me queda mirando. Y me sonríe. Yo no sé que hacer. Estoy por levantar la mano y saludarle… pero mientras esto pensaba, la cortina se ha cerrado.
El semáforo está en verde. Lluna y yo pasamos a la otra acera. Ahora sé que la Navidad existe. Y voy a celebrarla con todas mis fuerzas. Y voy a lanzar mi voz en grito por todo el mundo, para que todos conozcan mis deseos: que haya paz en todo el mundo, que reine el amor y que las personas hagamos el bien.


¡Feliz Navidad!

Cuestión de idiomas


Al lado de mi casa hay una tienda de estas que pone “abierto 365 días”. Y es verdad. Está abierta todos los días, y además tiene un horario muy amplio. Abren por la mañana a primera hora y no cierran hasta las doce de la noche.
Esta tienda nos viene muy bien porque venden desde tabaco hasta pan y bebida, pasando por la prensa y todo tipo de primeras necesidades de papelería...etc. Lo cierto es que más de una vez nos ha sacado de un aprieto.
Los empelados se turnan a lo largo del día. Yo conozco hasta cuatro. Yo suelo ir por la mañana a comprar el periódico y casi siempre coincido con una dependienta jovencita que es rumana. Pues bien, multitud de veces la he visto, mientras ojeaba la prensa, que estaba departiendo con alguien que también era rumano. Y entonces les oía hablar en su lengua. Hasta aquí todo normal. Pero es que, indefectiblemente, cada vez que me acerco hasta el mostrador para pagar, la chica y su interlocutor o interlocutora se pasan a hablar en castellano entre ellos. Yo estoy por decirles que no cambien, que sigan hablando en rumano tal como lo estaban haciendo hasta que yo me he acercado. Pero no, nunca he llegado a decirles nada. Cuando me voy, oigo que vuelven a hablar en rumano.
¿Por qué hará eso esta dependienta? ¿Se lo tendrá mandado su jefe (que es español)? ¿O es que considerará esta chica que seguir hablando su idioma delante de un español es de mala educación?
No sé, ella tendrá su motivo. Desde luego. Yo soy valenciano parlante. Y también castellano parlante. Pero mi idioma habitual y natal es el valenciano. Cuando he ido a un sitio donde solo se habla castellano, la verdad, es que me he sentido también como la chica del mostrador.

¿Qué pensáis sobre este tema?

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