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El semáforo verde


-¡Por fin se ha puesto verde el maldito semáforo!

Después de algunos meses atrapado por la encarnada niebla de la desidia y después de haber visto pasar coches y más coches, el peatón observa feliz y dichoso el cambio de color del semáforo.

Ha sido a la postre una espera densa y productiva. Una espera propicia al descanso y la introspección.

La vida está repleta de semáforos rojos. Y hay que saber esperar
 pacientemente en cada uno de ellos. Porque al final, siempre acaba por ponerse verde.

Durante este tiempo no ha pasado nada del otro mundo. Las vacaciones de verano pasaron. Con sus ratos largos de paseo por la playa, sus baños, sus cálidas lecturas frente al mar y sus noches temperadas por la suave brisa.

Después ha llegado el otoño. Y el curso ha empezado. Y el peatón
 ha pensado con cautela que este curso es muy especial para él. Es el último curso entero que le queda antes de su jubilación. Por eso está tan entusiasmado como cuando hace más de tres décadas empezaba en esto de la enseñanza.


Pero por lo que más contento está de ver el semáforo verde es de la posibilidad de ir otra vez a visitar a sus amigos y amigas…

El semáforo rojo


Los coches pasan veloces por la avenida. Hay un paso de peatones con un semáforo que esta rojo. Junto a él hay un hombre con barba y sombrero esperando a que se ponga verde.
Una mujer de mediana edad se para junto al hombre de la barba.
Pasan unos minutos.
-¡…Si que tarda en ponerse verde!
-¡Si lo sabré yo, señora!
Los coches pasan raudos y muy cerca de los dos peatones. Sus motores y el ruido de la carrocería hacen que las palabras que ha pronunciado el señor de la barba no hayan llegado nítidas a los oídos de la mujer.
-Perdone… ¿Cómo dice?
-Que digo, que si lo sabré yo…
-¿…Y qué es lo que tiene usted que saber, si se puede saber?
-El semáforo, digo. El semáforo.
-¿Y qué pasa con el semáforo?
-Pues ya lo está usted viendo. Que está rojo. Pero rojo de verdad.
-Eso ya lo estoy viendo.
-Pero usted no se lo imagina.
-No me imagino, qué.
-El tiempo que hace que está rojo.
-Pues, por lo menos hace tres o cuatro minutos.
-Tres o cuatro minutos dice….
-Bueno, esa es la impresión que tengo yo.
-Señora… debe usted saber que este semáforo es peligroso.
-Hombre, eso lo tengo claro. Cruzar esta avenida sin semáforo es imposible. O un suicidio.
-Señora, no se fíe usted de este semáforo que es muy traicionero…
-¿Qué me está usted contando…?
-Sí. No tiene piedad de los peatones. Los atrapa y no los suelta nunca.
-No le entiendo.
-Pues le explico. Yo llegué al semáforo con la mejor intención del mundo. Que no era otra que esperar a que se pusiera verde para poder cruzar a la otra parte donde me esperaba mi novia para casarse conmigo. Pero estaba rojo y tuve que esperarme.
-¿Y lleva usted mucho rato esperando?
-Mañana hará dos meses.
-¡Dos meses! Esto es increíble.
-Pero cierto. Este semáforo es como un perro de presa. A quien atrapa ya no lo suelta.
-Entonces, ¿me está usted diciendo que yo también estoy atrapada por este atroz y despiadado semáforo?
-Eso mismo. ¡Atrapada! Pero usted tiene una ventaja sobre mí. Yo estaba solo. Y he pasado estos dos meses solo y casi abandonado. Alimentándome de la buena voluntad de los viandantes. Pero usted no está sola. Me tiene a mí.
-Eso es verdad. Nos tenemos los dos. No estamos solos.
-Pues hay que sacar provecho de ello. Y creo que lo mejor que podemos hacer es casarnos ahora mismo.
-…Pero, ¿y su novia?
-Tranquila, ella no se va enterar de lo nuestro. Además ella está a la otra parte de la calle atrapada por otro semáforo. Seguramente ya se habrá casado con algún pobre desdichado que también ha sido atrapado por el feroz semáforo en rojo.
-¡Amémonos pues bajo la roja luz del semáforo!

-¡Venga! 

Don Manuel se compra un televisor (y II)


Don Manuel siguió leyendo: “Si pulsa la tecla DS, tendrá al instante toda la programación del día siguiente.”
Aquello sonaba raro. Pero sonaba bien. Si sabía de antemano que un programa no lo podría ver mañana, lo podría ver hoy. No dejaba de ser práctico.
Primero probó con la tecla DA. Estaban emitiendo las noticias del día anterior. Albert Rivera acababa de aterrizar en Venezuela. Si él supiera que no le dejarían entrevistarse con ninguno de los líderes de la oposición... Pero claro, don Manuel jugaba con ventaja. Él veía las cosas desde el futuro. Se sentía un espectador privilegiado. Una especie de demiurgo que sabía lo que iba a pasar. De pronto se quedó pensando. Y miró la tecla DS. “Día siguiente” ¿También darían las noticias del día siguiente...? Lo sabría en seguida. Pulsó la tecla DS. Y al instante aparecieron en pantalla los jugadores del R. Madrid en la plaza de Cibeles celebrando la consecución de la champions. ¡Pero si este partido se juega hoy!
Aquello le puso muy nervioso a Don Manuel. Cogió el libro de instrucciones y se puso a buscar la marca del televisor. No la encontró. Se levantó como impulsado por un resorte y fue hasta el televisor. Tampoco había señal alguna que indicara la marca de aquel extraño aparato.
Don Manuel estaba sudando a mares. Y en la tele, el locutor seguía narrando la hazaña del equipo blanco que ayer (hoy) había vencido por penaltis al Atlético de Madrid.
Sonó el teléfono. Don Manuel se quedó mirándolo y dudó si contestar o no. Decidió contestar.

-Manolo, soy Julián.
-Hola Julián.
-Nada, que hemos quedado en el “Euromar” a ver el partido. Que si te apuntas. Esta vez les ganamos. Seguro. Una vez pueden tener suerte, pero ya dos... además, tenemos mejor equipo, Manolo. ¡Que por fin seremos campeones de Europa...!

Don Manuel estuvo a punto de decir que no, que íbamos a perder. Que lo acababa de ver en la tele. Pero se dio cuenta de la barbaridad que estaba a punto de decir y se calló.

-Manolo, te has quedado callado. ¿Qué, te animas?
-No Julián. No me encuentro bien. Me duele la cabeza. Prefiero quedarme en casa a ver si se me pasa.
-Pues nada Manolo. Cuídate. ¡Aupa el atleti!
-Eso... ¡aupa el atleti...!

Y colgó.
Don Manuel apagó con furia el televisor. Se recostó en el sillón y miró el techo. Abrió los ojos exageradamente y se quedó observando fijamente una mancha del techo mientras su mente se perdía en un laberinto de preguntas sin respuesta.
Supuso que habría muchas personas que habrían comprado un aparato como el suyo. Que no sería el único. Esto le tranquilizó. Pero esto no podía ser. Aquello no podía estar pasando.
De pronto sintió un deseo irrefrenable de salir y dirigirse al establecimiento donde había comprado el televisor. Se lo contaría todo al técnico y saldría de dudas.
Bajó a toda prisa las escaleras y en poco menos de un cuarto de hora llegó a la calle donde estaba la casa de electrodomésticos donde ayer compró el televisor.
Pero allí no había ninguna casa de electrodomésticos.
Don Manuel miró a un lado y otro y no encontró respuesta. Justo donde ayer había una casa de electrodomésticos en donde él compró un televisor, había una puerta cerrada con un letrero. Se acercó y leyó:

Tanatorio DS próxima apertura”



Don Manuel se compra un televisor (I)


-Don Manuel, ¿por qué no se compra usted una tele nueva?
La señora de la limpieza decía esto mientras quitaba el polvo al viejo televisor que presidía la salita de estar de la casa de don Manuel.
La tele de don Manuel era una tele vieja. Pudiera ser que tuviera treinta años. Tal vez más.
-Una tele de esas de plasma, digo. Que se sienta uno a ver la tele y parece que esté en el cine…
Don Manuel se quedó mirando su vetusto aparato de tele… y decidió comprarse uno nuevo.
-Me has convencido Carmencita, esta tarde iré al centro a ver si me compro un televisor de esos.
-Hará usted bien don Manuel. Verá como no se arrepentirá.
Don Manuel fue al centro. Después de un buen rodeo dio con una casa de electrodomésticos.
Entró.
Al cabo de quince minutos ya había cerrado el trato. Se compró un magnífico televisor que mañana por la tarde tendría instalado en su casa tal como le prometió el empleado.
Al día siguiente, puntual, llegó el técnico y le instaló el televisor. Le explicó muy rápido el funcionamiento del aparato. Y le dio un manual con las instrucciones. Don Manuel, que no se había enterado casi de nada, solo de poner en marcha el aparato, cambiar canales y apagarlo, se sintió tranquilizado cuando tuvo el mamotreto del manual del usuario del televisor en su mano.
El técnico se fue y él se quedó solo frente al flamante televisor.
Lo enchufó. ¡Zas! A la primera. Y cambió de canal. De maravilla. Bien. Ahora iba a sentarse y, con calma iba a desmenuzar las mil prestaciones y aplicaciones que tenía aquel aparato que parecía había salido de una película de ciencia ficción.
Primero quería echar una ojeada a todo sin pararse en nada en concreto. Luego ya se vería.
A veces, había cosas que se las saltaba directamente porque no las entendía. Pero hubo algo que le llamó la atención y se paró a ver qué era aquello.
Eran dos teclas gemelas. En una ponía DA y en la otra, DS.
Empezó por la DA, eran las iniciales de “Día Antes”. “Si pulsa usted esta tecla tendrá al instante la programación que justo hace 24 horas se estaba emitiendo”
Le pareció interesante. Y muy práctica. Así si un día no podía ver algún programa, le daba al botón, y todo resuelto. Un gran adelanto. Don Manuel empezaba a estar verdaderamente satisfecho de su compra.

Bien, ahora pasó a ver qué era eso de DS.

Continuará....

Felicidad y riqueza


En la barbería de Ángel se respira el cambio de estación. Estos últimos días de mayo es lo que tienen. Ya va haciendo calorcito y los comentarios suelen girar alrededor de este tema.
-Deja la puerta abierta Pedro, que entre un poco de aire que aquí nos asfixiamos – le dice Ángel a un cliente que acaba de entrar en la barbería.
-Pues sí, porque parece que ya estemos en verano…
-A lo mejor aún es pronto para poner el aire acondicionado…
Las palabras de Ángel no han tenido contestación, aunque hay que decir que Ángel más que una pregunta lanzó un pensamiento al aire sin esperar respuesta.
En la barbería hay tres personas. Damián, que está sentado en el sofá rojo leyendo el periódico esperando su turno, Ángel, que está cortando el pelo a un cliente, y Pedro, que acaba de llegar.
Pedro, exhalando un sonoro suspiro se ha sentado al lado de Damián.
-¡27 grados marcaba el termómetro de la Puerta del Sol! Y eso que aún no son las doce…
-Ya…
Hay a continuación un pegajoso silencio solo roto por las metálicas notas de las tijeras de Ángel que maneja con un ritmo vertiginoso.
De pronto Damián toma la palabra.
-Mirad qué máxima más lúcida hay aquí en el periódico a modo de chiste:
“La desgracia: ser pobre y querer vivir como un rico. La felicidad: ser rico y querer vivir como un pobre”

Todos se quedaron pensando sin saber qué decir.

El maniquí



En el escaparate había un maniquí muy serio vestido con un contundente mono azul. Tenía la mirada altiva y el rostro sereno. La tez morena y los ojos de un azul indefinido. Parecía que miraba a la gente que pasaba junto a él.
No siempre llevaba el mismo vestido. A veces le cambiaban el mono azul por otro color caqui. Incluso hubo un tiempo que iba tocado con una bata blanca. Parecía un médico.
El maniquí era alto y fornido.
Los brazos en jarra, la cabeza ligeramente levantada, y las piernas, una ligeramente adelantada a la otra, hacían concebir en aquella estatua de plástico un irreal e inquietante movimiento.
Pero él no se movía. Estaba perpetuamente quieto. Condenado eternamente a un atroz reposo. Cumpliendo perfectamente su misión de maniquí.
Una tarde, cuando el dueño de la tienda fue a cerrar, se dio cuenta que el maniquí no estaba.
Alguien lo había robado. Había desaparecido con su mono azul y su gorro de paja que graciosamente le había puesto la hija del dueño.
Pero quién puede robar un maniquí. Se rió al pensar que en una canción de Joan Manuel Serrat que se llama “de cartón piedra” sí que hay un demente que roba una maniquí. Pero esto es literatura. Esto no pasa en la realidad. Y la realidad no era más que esta: el maniquí no estaba en el escaparate. Alguien se lo había llevado.
La puerta estuvo abierta toda la tarde. Es posible que algún gamberro entrara furtivamente y se lo llevara. ¡Quién sabe! y ¡Qué más da!  Comprarían otro y caso cerrado.
Una tarde lluviosa del mes de mayo alguien entró silenciosamente en el establecimiento. Llevaba un mono azul y un sombrero de paja. Tanto el sombrero como el mono estaban mojados por la persistente lluvia. El recién llegado, sin decir esta boca es mía, se dirigió hacia el escaparate y se quedó allí. Y allí quedó quieto.
El dueño del comercio y su hija quedaron sorprendidos. Y más aún cuando creyeron oír una neutra voz que dijo:
-Es que ya estaba harto de tanta lluvia… 


Ana te presta su espejo


Mi hija Marta acaba de sacar a la venta su segundo libro: “Ana te presta su espejo”. Yo lo recomiendo a todos y a todas. Es un libro mitad memorias y mitad ensayo, que habla sobre la discapacidad. Está escrito en forma autobiográfica. Arranca en el año 1990, cuando Marta (Ana, en el libro) tiene seis añitos y termina en el año 2020. Sí, en el futuro. Es un libro que está escrito a golpe de recuerdos, o más bien, a golpe de pálpitos de corazón. A veces es duro y terrible como lo es la realidad, a veces es liviano y prosaico como la realidad y a veces la realidad se confunde con la ficción, porque si lees este libro, te verás involucrado en una situación rara de compromiso hacia aquellas personas que se apartan un poco de la norma sin dejar de ser normales.
Es un libro excelente. No estoy hablando de literatura. Estoy hablando de excelencia. No dejéis de leerlo. Os lo recomiendo.

Pero la finalidad de esta entrada es doble. Por una parte lo dicho hasta ahora. Y por otra, lo que sigue a continuación.


Pues bien, la librería de Castellón “Argot” hoy ha

puesto a la venta (en plenas fiestas de la Magdalena) el mencionado libro. Y ha tenido la deferencia de dedicar un escaparate entero al libro de mi hija. Y al lado del libro “Ana te presta su espejo”, como es costumbre por fiestas ha colocado una serie de libros de temática taurina. Desde acuarelas, hasta tratados, pasando por fotos de ejemplares de toros y biografías de toreros. Todo acorde con la fiesta.

Pero hay gente que no transige con todo. Es más,
 solo transige con lo suyo. Y las maneras de hacer pensar al resto de la humanidad como ellos piensan (¡qué manía que todos tengan que pensar lo mismo, con lo bonita que es la diversidad!) consiste en usar la violencia (hay muchas clases de violencia. No solo es violencia poner bombas), y no el diálogo y el debate. Y esta mañana, cuando Ismael y Juanvi (los dueños de Argot) han ido a abrir la librería, se han encontrado con una pintada que ponía “tortura no es cultura” (refiriéndose a los toros, claro) La cosa no ha ido a más. Han llamado a una brigada de limpieza, lo han limpiado, han pagado, y aquí paz y después gloria.

En los albores de la democracia, recuerdo, allá a finales de los setenta del pasado siglo y los primeros años ochenta, estaba de moda quemar librerías que vendían libros con una determinada ideología. Yo creía que esto ya estaba superado, pero parece que no.

Tenemos la suerte que en España las librerías guardan en su seno libros de todo tipo. Sin censura ninguna. De ideas peregrinas, de ideas extremas, en fin, de ideas de toda clase. Sumergirse en una librería es hacer un viaje por la libertad en el mejor sentido de la palabra. Y uno, cuando manosea y hojea los libros se siente henchido de libertad.
Si no se quiere leer libros sobre tauromaquia, lo mejor que puede hacer uno es no comprarlos.

Ensuciar el escaparate de una librería y pretender

 limitar la libertad de expresión, no es cultura.




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espejo" Haz clic aquí.



En el tren (15 a.M)


(año 15 a.M)
(año 15 antes del móvil)
(Una cochera del tren con solo dos personas que están sentadas una junto a la otra. El tren está parado)

1-¿Es usted de Barcelona?
2-No.
1-No, si es que en cuanto le he visto me he dicho, este señor tiene que ser extranjero.
2-¿Y usted como sabe que soy extranjero?
1-Porque lo lleva escrito en el billete.
2-¿En qué billete?
1-No se alarme usted caballero que yo no soy ningún revisor disfrazado. Ya sé que usted ha subido al tren sin billete.
2-¿Y cómo sabe usted que yo soy un ladrón?
1-Me lo ha dicho el revisor.
2-Los revisores no tienen ni idea de a qué nos dedicamos los extranjeros.
1-Por cierto ¿a qué se dedica usted?
2-Yo soy pastor. ¿Qué no se me nota?
1-Un poco, es verdad. Pero podría pasar usted tranquilamente por un ladrón de billetes falsos.
2-No es por presumir, pero ayer me confundieron con Sofía Loren.
1-Pero Sofía Loren no es una ladrona. Sofía Loren paga religiosamente su billete de tren.
2-Ya, pero nosotros los pastores tenemos el deber de cumplir con nuestra obligación. 
1-Por cierto, me ha dicho usted que es pastor. Pero, ¿pastor de almas?
2-No. De gambas.
1-¡Ah! Bonita profesión. Pero, permita que insista, ¿de gambas de mar o de las otras?
2-De las otras, de las otras…
1-A mi me encantan las ostras…
2-Pues nada, en cuanto lleguemos, le invito a unas gambas a la plancha.
1-Ahora que lo dice, ¿falta mucho para llegar a Lugo?
2-No lo sé, porque este tren no va a Lugo. Es más, no va a ninguna parte porque está parado.
1-Y ¿por qué se sube usted a un tren que no va ninguna parte? Y además, sin billete.
2-Porque tengo aquí en este saco un kilo de ostras que he traído para el revisor.
1-Me encantan las gambas…
2-Pues nada, en cuanto lleguemos, le presento a Sofía Loren, y le invita usted a unas ostras…
1-Lo malo es que este tren no funciona. Y así no vamos a llegar nunca.
2-Pues coja usted un taxi.
1-Es que los taxis son más caros. Y como yo soy pobre…
2-¡Ah! ¡Es usted pobre! ¡Qué calladito se lo tenía!
1-No, que no me gusta presumir.
2-Pues esto hay que celebrarlo.
1-Eso. Le invito a una ración de gambas.
2-Perdone, pero se me había olvidado decírselo, como soy extranjero no hablo su idioma. Y claro, no le he entendido nada de lo que me ha dicho.
1-Ah no importa yo hablo extranjero perfectamente.
2-Menos mal porque si no, a ver qué hago yo con este saco de ostras…
1-Lo malo es que este tren no funciona. Ya le digo.
2-Entonces, ¿cuándo calcula usted que llegaremos a Barcelona?
1-No sé, no sé… a lo mejor dentro de quince años arreglan el tren y…
2-Pues voy a mandarle un washaap a mi nuera.
1-¡Pero qué dice usted! Si los móviles aún no se han inventado.
2-¡Caramba, es verdad! ¿Y cree usted que tardarán mucho en inventarlos?
1-Pues más o menos dentro de unos quince años tendrá usted el móvil.
2-Bueno, pero entonces ya habremos llegado a Barcelona. Y, ¿para qué quiero yo un móvil si mi nuera ya sabe que he llegado?
1-Tiene usted razón.





El pajarillo azul


El paseante pasea sin asomo de prisa por las calles urbanas de su ciudad. A veces va a pasear por otros sitios. Pero hoy está caminando con parsimonia por el centro de la ciudad. No sabe qué hora es, ni falta que le hace. El paseante, cuando se va a pasear, no lleva reloj. Una vez, hace ya años, pensó que el tiempo es la clave para ser feliz. Bueno, una de las claves. Administrar bien ese concepto inclasificable y mágico es propio de los sabios. Aquel día estaba muy lejos de saber que un día llegaría a ser feliz.
Mientras cavila esto ve pasar a un hombre mayor con un bastón. Se encuentra con otro anciano y se saludan vivamente. Sonríen y hacen aspavientos. Seguramente serán amigos. A lo mejor hace tiempo que no se ven. El reencuentro siempre es agradable.
La calle está repleta de comercios. Ropa. Alimentación. Móviles. Libros. Peluquerías. Bares. La calle es una invitación a comprar. Y esto al paseante no le preocupa ni poco ni mucho. Se para delante de una óptica sin saber bien por qué. Y se queda mirando las gafas que hay en el escaparate. Luego se va. Y se topa con una farmacia. Hay cola. Bueno, y qué. Él pasa de largo. Si alguien se hubiera fijado al cruzarse con el paseante, hubiera advertido que en su rostro se dibujaba imperceptible una media sonrisa. La gente que hay sentada en las terrazas de los bares habla por los codos. Respiran paz. La paz da pie a muchas cosas, como por ejemplo hablar por hablar. O pasear tranquilamente. Paz. La paz inunda las calles de la ciudad. Hay un trino de un pájaro. Sus notas monocordes refuerzan esa paz que permite que las personas campen a sus anchas.
El paseante piensa que la paz es fundamental para la vida feliz. Y no cree que nadie pueda refutarle esta trivial y elemental teoría.
Cuando está a punto de cruzar la acera, el paseante acierta a ver de dónde vienen estos festivos gorjeos. Es un pajarito azul con tonos verdosos que canta a pleno pulmón desde su jaulita de barrotes de finos alambres.
El paseante lo mira. Y quiere pensar que el pajarito azul y verdoso también le mira a él. Pero de esto no está seguro. Lo que sí ve es que su piquito afilado y amarillo picotea intermitentemente lo que parece ser una puertecilla. Se queda pensando. ¿Querrá salir de su jaula? ¿Para qué…?
Al paseante, de momento le viene a la mente una frase que escuchó no hace mucho en una película española que iba sobre la guerra civil: “Ahora tenemos paz. Sí. Pero ¿para qué queremos la paz si no tenemos libertad?”

Y se fue a su casa pensativo. Pensando en el simpático y grácil pajarillo azul y verdoso…

Refugiados


Cuando descendemos el puerto de l’Illa, tras una revuelta aparece en la lejanía una enorme llanura que termina en una mancha azul que es el mar. Nuestro mar. Sole, al volante, seria y diligente, enfila la autopista con decisión y eficacia. La autopista es una carretera prosaica y sin gracia. Si no fuera porque estoy escuchando una vigorosa canción de Bon Jovi, diría que el ruido monótono de las ruedas sobre el gris asfalto me aburre.
De vez en cuando hay un coche que raudo y veloz nos pasa por nuestra izquierda. Yo me quedo mirando. ¿Dónde irá? La matrícula es extranjera. El coche se pierde engullido en el infinito de las líneas blancas que surcan la piel de la autopista.
Nada que hablar. El silencio es atroz. El gesto de mi mujer es tenso y concentrado. El sol parece molestarle. Baja rutinariamente el breve parasol, pero el sol le sigue molestando.
-¡Qué rabia me da el sol cuando está poniéndose!
-Sí, no hay manera…
Hay un camión a lo lejos. Nuestra velocidad es muy superior a la suya. Pronto le alcanzaremos.
Es un camión de Murcia. Le adelantamos. El camión ruge como un gran animal. Da miedo. Miro a su conductor. Parece buena persona. Pero eso es una tontería. Hacia la media noche llegará a Murcia. Bueno, y eso a mí qué me importa…
La autopista está jalonada de letreros. Una buena distracción es leer los letreros. No es que tenga nada de particular, pero uno se entretiene. Próxima área de servicio a 25 Km. Bueno. Miro por la ventanilla. Veo un vetusto árbol junto a una espigada palmera. Parecen viejos amigos. Luego llegan unos campos de cultivo que parecen medio abandonados. En el centro hay una casita de campo que tiene la puerta abierta. Pero no hay nadie. A continuación veo una torre de defensa que hay en lo alto de un pequeño montículo. Desde allí verían a los piratas. Ahora no hay piratas. Pero la torre sigue ahí. Me gustan estos vestigios de historia. Allí al final de la recta se ve lo que puede ser un pueblo. Hay un campanario que parece saludar a los viandantes. ¡Adiós! ¡Hasta pronto! Tras dejar atrás el pueblo del campanario hay un letrero que parece anunciar algo. Pasamos rápido bajo el cartel y leo lo que pone: Refugiados. Creo no haber leído bien y no le doy importancia. Pero a lo lejos, justo al pie de una montaña hay un gigantesco letrero que dice algo que no ofrece duda: Refugiados. Me quedo pensando y entonces comprendo…
-Claro… Refugiados… esa es la palabra…



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